martes, 5 de octubre de 2010

SABES QUE ESTAS COSAS NO ME GUSTAN


Era finales de junio y habíamos decidido separarnos. En menos de un mes tendríamos tiempo de liquidar todas nuestras cosas. La casa de seis habitaciones que el padre de Luisa le había regalado el día de nuestra boda. El pequeño apartamento de la playa con vistas a la bahía. Aún recuerdo las hermosas vistas desde el balcón de nuestro dormitorio. Incluso ellas, como todas las cosas, también habían cambiado.

Hacía dos veranos que no pisábamos la arena roja de la playa El Milagro. Ricardo, nuestro hijo, vivía en casa de su abuela. Había acabado el curso y decidimos enviarlo con la madre de Luisa con el fin de evitarle las escenas que nuestro matrimonio se resistía a tirar a la papelera. Como en tantas otras parejas la vida en común no poseía entusiasmo alguno.

Luisa nombraba constantemente a su nueva pareja. Era joven, algo más que yo, y con un brillante futuro en la fábrica de laminados. No había conseguido acabar sus estudios de ingeniería industrial, así que su brillante porvenir estaba viniéndose abajo--pensé. De momento trabajaba como verificador en la sala de válvulas. Siempre se originaba un prolongado silencio cuando surgía algún tipo de comentario sobre nuestros amigos. Tenía un hijo de la misma edad que la de Ricardo. Luisa lo había conocido en una de nuestras reuniones habituales en la iglesia evangélica, cuando las cosas iban, si no del todo bien, al menos lo aparentaban y en donde ella esgrimía una gran destreza para convencer a los demás que entre nosotros no había dificultades insalvables.

El hijo de Armando y el nuestro eran compañeros de clase. Todo funcionaba a la perfección hasta que su mujer hizo acto de presencia en mi vida. He de reconocerlo pero me enamoré de ella a primera vista. Era una mujer activa en sus reivindicaciones ante el claustro de profesores del instituto de nuestros hijos. Una mujer con gran talento—intuí--, pero inmersa en una sociedad que pretendía aparentar más de lo que era capaz de dar una pequeña ciudad industrial.

Luisa se lamentaba que yo estuviera pensando constantemente en Paula y que no hablara de mis sentimientos sobre ella. ¿Qué era lo que había acabado con nuestro matrimonio? ¿Paula?, ¿Armando?, ¿Quizá nosotros mismos, que éramos incapaces llevar una vida con algo de sentido? ¿Qué le íbamos a decir de todo ello a nuestro hijo? ¿Qué sería de él? –se pregunto mientras se echaba a llorar.

Conducimos durante unos kilómetros por la carretera local que rodea el lago Nez. Nos habíamos propuesto pasar dos días de nuestras vacaciones con la excusa de poner orden en nuestras vidas. Luisa sostenía la mirada al frente de la carretera sin decir una sola palabra. La rodeé con mi brazo, pero ella no hizo el mínimo esfuerzo para cambiar las cosas. Miró por la ventanilla y vio que cerca del lago habían crecido algunos árboles y una espesa vegetación menor, aunque todo ello no impedía ver como el agua verdeaba a lo lejos.

--Es más grande de lo que me imaginaba—dijo sin hacer ningún ademán especial—Y azul. El agua es azul—dijo sorprendida--. Nunca pensé que en esta zona el agua fuese de ese color.

--Verde—rectifiqué sin estar demasiado convencido de tener la razón.

Me miró unos instantes antes de dirigir de nuevo su vista hacia el lago.

--Es azul. Supongo que estarás de acuerdo que entre miles de probabilidades estadísticas, al menos en una sola el agua estancada puede realmente ser de ese color. Y que conste no he hablado de que sea roja o anaranjada, sino azul.

--Es verde y te lo voy a demostrar—repliqué, evitando que me afectara su acelerada respiración.

Pisé el freno y giré hacia un claro cerca de la carretera.

--¿Qué estas haciendo?—dijo malhumorada-- ¿Por qué paramos ahora? ¿Quieres convencerme a costa de tus nuevos e inconfesables conocimientos sobre hidrología?

-¡Déjalo! Solo quiero mostrarte que el agua es de color verde. Solo quiero eso, nada más. No pretendo discutir contigo sobre variables estadísticas. Sobre biología o cosas así. Nada de eso.

Bajé del coche y me encaminé a través de un pequeño sendero que desembocaba en el lago. Luisa seguía mis pasos hablando sin parar. Clamando a voz en grito el hecho de que haber parado para comprobar el color del agua, había sido una estupidez.

--¿Ves? Es verde —dije gritando mientras intentaba demostrarme a mí mismo que el agua era del color que yo defendía.

--Bien. Es verde, y eso qué significa. ¿Qué ha sido siempre de ese color? De acuerdo —dijo cruzando los brazos en actitud desafiante. Será del color que quieras. Como siempre ha sido nuestra vida en común. Como nosotros mismos. Como nuestro hijo. Todo como tú digas que tiene que ser. El agua es de color verde, pero yo la veo azul. ¿Quieres decirme a dónde nos lleva esto?.

Me quedé mirando hacia el interior del lago sin decir nada. Únicamente vi al dueño de una pequeña barca lanzando el sedal de su caña de pescar.

--¿Crees que a él le importaría saber lo que nos esta sucediendo?—le pregunté.

Llevó su mirada hacia un extremo de pequeño bosque. Se acuclilló antes de decir lo que en los últimos meses había estado escuchando insistentemente.

-¿Y que dices de mí, eh? ¿Alguna vez te has parado a preguntar lo que a mí me importa? ¿Has hecho el mínimo esfuerzo por mirar dentro de mí sin avergonzarte de ser tu mujer? ¿De procurar sentirte a gusto a mi lado? –hizo una pausa antes de proseguir- ¿Qué nos ha ocurrido? Es preciso que lo sepa ahora.

No perdí de vista ni un instante al pescador mientras lanzaba una y otra vez el cebo sin demasiado éxito. Me puse en pie y me dirigí hacia el sendero de regreso al coche.

--Vámonos—le grite desde el camino- Todo esto es ridículo. Y no va a funcionar, lo presiento. Nuestras vidas no van paralelas. Sería ridículo intentar algo que de antemano sabemos no tiene solución.

Llegamos al atardecer a la cabaña que previamente había alquilado. La carretera finalizaba ante un pequeño grupo de bungalows dispuestos en hilera. Era el centro de vacaciones. Sin duda, el lugar ideal para tratar de resolver los asuntos que a la gente no le es posible solucionar metida en su rutina diaria.

La habitación principal era poco espaciosa, pero lo suficiente como para pasar dos días sin ahogarnos en estrecheces. La cocina estaba iluminada por una ventana que daba a un cuidado jardín trasero. Pensé que no necesitábamos nada más para intentarlo de nuevo.

Después de organizar nuestras cosas, le propuse darnos un baño. El sol comenzaba a ponerse sobre el lago. Luisa se encontraba en la ducha y reflexioné durante unos instantes sobre su relación con el agua. No le convencían las aguas profundas en las cuales no se puede hacer pie. Las profundidades eran como el amor, siempre había que sentirlas bajo los pies. No era una mujer que se dejara llevar por experiencias arriesgadas. Luisa, de un tiempo a esta parte, se había convertido en una mujer anclada a la tierra con una sola convicción de lo terrenal.

Comimos algo de los víveres que habíamos llevado y después nos dirigimos hasta la playa propiedad del centro de vacaciones.

--¿Ves?—le dije. Es una vista maravillosa. Lo que siempre habíamos soñado. Pasar unos días en un lugar como este, sin pensar en nada ni estar preguntándonos constantemente que va a ser de nosotros.

Miró al frente sin demasiado entusiasmo.

--Sabes que estas cosas no me gustan —dijo rodeándome con el brazo

Después de haberme hecho una idea equivocada, la miré y ella se retiró instintivamente.

--No va a suceder nada —dije. Nos daremos un baño, después iremos al bungalow, encenderemos la chimenea y las velas que hemos comprado en la gasolinera y cenaremos junto al fuego, como antes de casarnos, cuando estábamos solos tú y yo. Ni siquiera entonces ninguno de nosotros hubiera sido capaz de pensar que un día podríamos tener una nueva relación con otra persona. Entonces no pensábamos en nadie más—dije insistiendo.

--Todo eso esta muy bien —dijo con una amplia sonrisa. Pero ya me conoces, necesito sentir el agua como se libera en mi cuerpo. Siempre he detestado verme rodeada por las presiones que nos llevan hacia el fondo. Nunca estuve de acuerdo en comprar el apartamento de la playa. Era hermoso, es verdad, incluso compartía contigo la idea de que aquel fuera el lugar donde íbamos a concebir a nuestro nuevo hijo, pero al saber lo vuestro me sentí traicionada por el hombre del cual estaba enamorada, y por su amante. Nunca he conocido a nadie como ella. Te confieso que por entonces ya conocía vuestra relación.

--¿Porqué no dijiste nada?—dije abrumado. ¿Qué motivo hay para sacar a relucir todo eso ahora?—insistí.

Se movió de un lado para otro buscando en su cabeza la respuesta adecuada. Miró hacia la montaña, aspirando honda y largamente y luego se volvió hacia mí.

--Nuestro hijo. Toda mi vida he pensado solo en él, día y noche. Nunca hubiera imaginado que fuera tan difícil tomar una decisión cuando se tiene un hijo—dijo entre sollozos. En mi vida había estado tan sola y ahora lo hecho en falta –se lamentó.

Hizo el pequeño ademán de apartarse cuando intenté rodearla de nuevo con mis brazos.

-Nos vendría bien un baño —le propuse, intuyendo que en esta ocasión iba a aceptar sin tener que decir nada en contra--. Aunque, pensándolo bien, esta comenzando a refrescar -dije mascullando la frase.

Se acercó hasta una hamaca en cuyo respaldo colgaba una toalla de baño que alguien había dejado olvidada. El lago estaba resplandeciente. La luz de la luna resbalaba por el suave oleaje devolviendo pequeñas gotas plateadas de nuevo al agua.

--Es la mejor hora para nadar—dijo.

Dejamos nuestras toallas de baño en la playa y nos adentramos en el agua. Luisa nadaba con rapidez hacia el interior. Demostró estar en plena forma y su estilo no había cambiado en los últimos meses. Procuré estar atento a sus movimientos. Un ligero mareo sacudió mi cuerpo. Estaba desacostumbrado al esfuerzo físico--pensé. Me miró desde lejos mientras flotaba y su boca se lleno de una hermosa sonrisa. Esperó hasta que lograra alcanzarla. Su cara brillaba con el reflejo de la luna. Nos abrazamos instintivamente.

--Abrázame más fuerte—dijo. Sé que todo esto no puede funcionar, pero abrázame. Nadie sabrá nunca lo que estamos haciendo y mañana será como cualquier otro día. Dentro de un tiempo mientras tomamos una taza de café sentados frente a frente, podremos explicar que esta noche no ha pasado nada, que nuestros sentimientos hacia ellos no han cambiado, que todo sigue igual. Ahora solo pido cinco minutos para que me abraces y no dejes que la situación se apodere de nosotros. Cuando nos conocimos sacrifiqué todo por ti, incluso cuando era capaz de sentir el suelo bajo mis pies. Tiempo después me diagnosticaron la enfermedad y el mundo se me vino abajo. Reconozco que pocos hombres son capaces de mostrar a su mujer con una pierna amputada.

Se deshizo de mí. Sentí su vacío por segunda vez y eso era difícil de encajar para un hombre que la había amado durante años. Nadó con rapidez hacia la orilla, mientras la seguía con la vista vi como se tumbaba en la arena. Noté que se había acabado dentro de mí la posibilidad de arreglar las cosas. Nuestro hijo no volvería antes de que comenzara su nuevo curso en el instituto. Dormimos juntos aquella noche y a la mañana siguiente su bolso de viaje se encontraba justo en el centro mismo de la habitación.

--No hace falta que me acompañes—dijo con voz seca. He pedido un taxi para que me lleve hasta el aeropuerto más cercano.

Nos besamos en una despedida que los dos presentimos iba a ser definitiva.

--Te echaré de menos—le dije.

--Yo también. Te llamaré tan pronto salga del hospital—dijo con un cierto aire de solemnidad.

Me despedí de ella empujando la puerta del taxi.

--Te quiero—le dije. No me olvidaré de ti. Quiero que abraces a nuestro hijo de mi parte y le digas que le quiero y que pronto estaremos juntos.

El taxi aceleró levantando una densa nube de polvo. Luisa tenía que operarse de nuevo y yo no lo supe hasta hoy. Había sido la mejor nadadora de la selección nacional. La vi alejarse y pensé en lo afortunado que me sentía por haber amado a una mujer como ella, pero Paula estaría pendiente de mi regreso, como en todas las ocasiones en que Luisa y yo nos veíamos para intentar arreglar nuestras diferencias, sentada en la cocina de nuestra casa frente a una humeante taza de café.

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