domingo, 26 de septiembre de 2010

LA FEROMONA VIAJERA


-Hola Jan.

-Hola Sal.

-Bien fría, por favor,

-De acuerdo Sal.

-¿Movimiento?

-Ya ves. Así todas las tardes.

-Por su atuendo parecen jóvenes nazis.

-Parecen

-Jan, ¿Tú que opinas?

-Hormonados.

-¿Tu crees?

-Lo aseguro

-¿Cómo estas tan segura?

-Lo sé

-¿No serán feromonas?

-Lo mismo da.

-¿Así todas las tardes?

-Como lo ves.

-Las feromonas son anaerobias. Pueden alcanzar distancias increíbles movidas por el viento

-¿De verdad?

-Como te lo digo.

-¿Quieres decir que todos esos jóvenes que han llegado en potentes coches, ha sido atraídos por las feromonas de esta chica?

-Lo puedo asegurar Jan. ¿Hace calor no te parece?.

-Si, sal.

-¿Cuántos años tiene?

-No sé, pero por su aspecto, no pasa de los quince.

¿Me lo dices de verdad?

-Casi podría asegurártelo. ¿Te gusta esta cerveza? Es nueva por la zona.

-Me gusta mucho. ¿Quieres decir que ésta impresionante energía que se mueve todas las tardes, es por una hembra de quince años?-

-Te lo aseguro, Sal

-¿Te apetece otra?

-No Jan, tengo que trabajar. Mi turno comienza a las nueve.

-No pienses en ello Sal.

-Te lo aseguro. Pero me cuesta trabajo creer que algo tan sin importancia mueva tantos recursos.

-Así es.

-Gracias por tener la cerveza tan fría.

-De nada Sal. Hasta mañana

-Hasta mañana, Jan.

Lástima, perdemos por el camino algunas cosas buenas ¡


-¿A que no sabes a quien he visto en la playa?- le dijo Anna a Fede su marido.

-Ni idea.

-Di algún nombre.

-Humm…-murmuró con sequedad. No sé ¿a Alfredo Pérez Rubalcaba?.

-!Jilipollas¡

-Vale, vale. A il Cavaliere.

-Doblemente jilipollas –exclamó dolida Anna.

-Me rindo.

-A tu ex.

-¿Cómo está?-

-Guapa y atractiva.

-Lo suponía.

-¿Desde hace cuanto no os veis. Veinte años? Los mismos que tu hijo.

-Por ahí…

-No se si la reconocerías. A mi me ha costado hacerlo. Venía hacía mi y algo me la hecho recordar. Los cruces algunas veces son inquietantes.

-Y era ella.

-Lo era.

-¿De qué habéis hablado?

-Cosas de mujeres.

-Si, pero de qué.

¿Quieres decir si hemos hablado de ti?

-Bueno, no exactamente

-¿Exactamente no? Pues no. No hemos hablado de ti.

-Bien, entonces de qué. Porque de algo habréis hablado me pregunto.

-Seguro. Ahí aciertas. Hemos hablado de cosas de mujeres.

-Vale. Me rindo.

-Tiene cáncer.

-No lo sabía.

¿Cómo lo ibas a saber?

-Tienes razón, de ninguna manera.

-Está en una fase avanzada.

-¿Qué pronóstico tiene?

-Malo. Supongo que ella ya lo debe saber.

-¿Crees que debería ir a verla?

-Eso depende de ti.

-Depende de mí. Claro depende de mí. Si te lo pregunto es porque no sé lo que hay que hacer en estos casos.

-Depende de ti y de tu relación con ella.

-Ninguna. No he tenido contacto en todos estos años.

-¿Le han dicho…?

-Si te refieres a uno, dos o más meses... eso nadie lo sabe. Están probando un nuevo tratamiento, más agresivo, pero parece que más efectivo.

-Las deja hechas una mierda.

-Al fin y al cabo es veneno lo que les suministran. Y no deja de ser una gran putada.

-Tendré que pensar lo que hago.

-Si quieres que te diga lo que tendrías que hacer, mi opinión es que deberías es ir a verla. Quedar con ella una tarde y hablar. Son muchos años, supongo que a uno y a otro os agradara veros y hablar de tantos años atrás. Si, ahora recuerdo, si, te nombró en un momento de la conversación.

-¿Y…?

-Nada, solo te nombró para recordar los buenos momentos que pasó contigo. También hizo mención de Andrea. Le vino a su memoria como se desencadenaron los acontecimientos. Tu hijo con Flavia vino en un momento inoportuno y de eso nunca pudo recuperarse. Tu ex, como a ti te gusta llamarla es una gran mujer. Lástima, perdemos por el camino algunas cosas buenas.

-Tendré que ir a verla.

-Me parece bien. Merece la pena volver a verla. –Dijo Anna con esa armonía que caracterizaban sus palabras cuando estaba de acuerdo en algo. De paso haz una fotografía de las sillas en aquella tienda que vimos el otro día. Probablemente podamos restaurarlas.

COMO CERDOS EN EL JARDÍN



El tranvía había parado a escasos metros del bloque rojo de pisos. Y como cada tarde algo me tiraba calle abajo hacia el bar del italiano. En alguna ocasión me había preguntado el porqué un tipo así había ido a parar a un barrio como aquel. Pedí una jarra de cerveza con pimienta y observé al resto de la clientela que andaban metidos en sus cosas. Al segundo trago sentía ya la necesidad de olvidar que como cada noche tenía que volver a su lado.

Desde hace años vivo con mi hermano, unas casas más allá, en la misma calle y como todas las noches terminaba mi ración de cerveza convencido de que aquella iba a ser la última y que el resto de los días iban a ser diferentes. No tenía remedio. Nada había cambiado en nuestra convivencia. Antes de acabar la jarra ya me lo imaginaba esperando mi llegada, observándome de arriba abajo. Recriminando mi modo de vestir, mi olor corporal. Después de catorce horas frente al horno de alta temperatura, que podía esperar. Y todo ¿Para qué?, ¿Para preparar la cena como todas las noches con un repugnante pollo frito de varios días?

Dejé las monedas sobre el mostrador, confiando que el italiano no se percatara de que había alguna de menos. Era un tipo de asquerosa corpulencia. Siempre graso, pero era un tipo listo. Cuando salí de su local una bocanada de bochorno me aplastó contra la puerta de entrada. Encendí un cigarrillo que con suerte podría consumir antes de llegar al último descansillo de la escalera. Mi hermano no soportaba el humo del tabaco y me miraba de forma recriminatoria si fumaba en su presencia.

Lo apagué justo en la puerta. Un vetusto piso de los años cuarenta, que formaba parte del plan quinquenal de la vivienda. Partencia a un bloque rodeado de un paisaje atronador entre restos de materiales de desecho y cloacas a medio terminar que conducían los residuos a mitad de la nada.

Asomado a la barandilla me observaba impaciente como rebuscaba entre mis bolsillos la llave del buzón. Abrí la portezuela y me contraje ante el vacío de noticia alguna. De nuevo nadie nos escribía. Ni siquiera aquel día recibimos una notificación de la compañía telefónica para comunicarnos el corte de la línea por falta de pago. No valía la pena abrir en lo sucesivo el buzón—pensé--. Subí escaleras arriba y noté que conforme pasaban los años, los peldaños pesaban como una losa. Me vio subir y una vez a su altura giró la silla en torno mío. Durante años era él quien cerraba la puerta del piso. De inmediato se sitúo frente al televisor. Le gustaba ver los reality show donde el más idiota de todos los participantes era el que tenía más audiencia.

A lo largo de los años, sus movimientos se habían hechos más lentos y perezosos, a pesar de ejercitar casi diariamente con las pesas, sus músculos eran tan flácidos como una tarrina de natillas. El día menos pensado se decidiría a pisar la calle y debería estar preparado para ello. Su cuerpo era fofo y graso, extraordinariamente inmóvil.

Eché el pestillo a la puerta de mi habitación y me tumbé sobre la cama a la espera de recuperar las fuerzas necesarias para enfrentarme un nuevo día a él. Me aseé y saqué de la cómoda una camisa limpia. Olía a perfume. Eso si que lo tenía, siempre se preocupaba de que todo estuviera a punto, igual que cuando vivía mamá.

Hoy le hemos enterrado, y sólo hemos asistido un vecino y yo. Nunca pensé que tuviera de amigo a aquel tipo del tercero, lleno de granos que supuraban pus y algunos mezquinos que formaban un desagradable anillo de verrugas en su cuello. La verdad, nunca lo hubiera pensado.

VOLVERÉ LO PROMETO, A VER A LA CHICA MUERTA


¡Joder! ¡Mierda, mierda! –dijo mientras se cerraba apresuradamente la cremallera del pantalón. ¡Dios! ¡Casi me meo encima! ¿Qué demonios…? -farfulló mientras se acercaba hasta poder ver mejor de qué se trataba aquel amasijo de ropa, carne medio putrefacta y mechones de pelo arrancados y dispuestos cuidadosamente de nuevo sobre el cuero cabelludo que había sido despojado de ellos. No tendría más de los veinte. Y había sido salvajemente acuchillada. Parecía el trozo de carne de un carnicero cuando esta es una pieza a desechar. Se observaban claramente las incisiones. ¡La mierda! Repitió de nuevo. Es increíble es como una epidemia. Debe llevar días expuesta a toda clase de adversidades –pensó. Pero debería no tocar nada. Puede que si alguien pasa de repente, piense que ha sido yo y eso es algo que no me gustaría. No me gustaría que me acusaran de algo que no he cometido. ¿Entonces no tengo elección? Sigo mi camino, o saco de mi bolsillo el teléfono y llamo a la policía. Si la llamo que harán un montón de preguntas, me rodearan hasta que puede que diga algo poco conveniente para mí. Me bombardearan dos inspectores, tratando de sacarme qué hacia yo allí a aquellas horas. Y si les diga que casualmente me disponía a orinar, puede que no se lo crean, o si. Lo importante en estos casos es mantener la calma. Dejadle el muerto a otro. Cosa fácil a primera vista. Me olvido de lo que he visto. Cosa difícil a segunda vista. Tomo el camino de regreso. Cosa fácil a tercera vista. Me tomo una ducha de agua fría. Cosa difícil a cuarta vista, pues el agua baja recalentada por las tuberías. Introduzco una hoja en blanco en mi Olivetti M-40 y me dispongo a hacer una declaración en forma de historia, un relato pormenorizado de todos lo que visto. Cosa difícil a quinta vista pues no puedo olvidarme de los ojos abiertos, llenos de horror y fijos en un punto. Sus dedos manchados de sangre, rotos a causa de una lucha desesperada. No puedo escribir eso, no puedo tomar una ducha de agua fría para aliviar mi jaqueca, no puedo tomar el camino de regreso. No puedo olvidar lo que he visto. Así que lo mejor es que marque el número de la policía y tenga el valor de declarar lo que he visto. La chica bastante ha debido de sufrir como para dejarla ahí tirada como un saco de mierda. Que eso es lo que han hecho los descerebrados hijos de puta que la han matado. Podría ser mi hija y si lo fuera seria mi desesperación pero me pondría en manos de la policía para tratar de dar a los que han hecho esto. Pero yo no tengo ninguna hija -se dijo.

Desanduvo unos cuantos pasos hacia la parte superior de la pequeña hondonada donde había descubierto el cuerpo de la chica. Las ganas de orinar no le habían pasado y se apartó unos metros del lugar con el fin de aliviar su vejiga. Un vez que había orinado, más tranquilo, se colocó la gorra, se colocó en sus oídos unos pequeños auriculares y apretó el Play que hizo que su cabeza se inundara con las voces de los TheTemptations, mítico grupo cuya música iba de maravilla para el día que se avecinaba de tórrido verano.

Buscó desesperadamente alguna noticia sobre la chica muerta en los diarios de la mañana, pero no tuvo suerte. Pensó que tenía que volver de nuevo al lugar para cerciorarse de que todo aquello había sido un sueño. No era extraño leer en la prensa el hallazgo de chicas muertas salvajemente violadas y asesinada. Eran los tiempos que corrían –pensó. Pero a pesar de todo volvería al lugar a ver a la chica muerta, se lo había prometido a sí mismo.

MUERTOS ES COMO NOS QUIEREN

-Hola cariño –dijo con sus habituales palabras de amor incondicional. ¿Cómo te encuentras hoy? Ya sé, ya sé, he llegado más tarde de lo normal. El trafico esta mañana esta imposible. Tienes que comprender que estoy limitada al tiempo. ¿Cómo te encuentras, mi amor? He hablado con la enfermera y me ha dicho que has pasado la noche tranquila, durmiendo como un niño. Me alegro. Hay ocasiones que noto que me tambaleo. Que no voy a poder llegar a darte todo lo que necesitas. Esta noche he soñado una historia muy hermosa. Era una princesa y tú un gran príncipe maravilloso, ni me pegabas ni me llamabas zorra; nunca lo has hecho. Aunque hace años era lo habitual. Eran otros tiempos. Las cosas estaban difíciles entonces y era difícil ocultar los bajos sentimientos y los temores por los cuales íbamos pasando uno tras otro sin distinción. Por eso cuando a una le dicen que la aman, como tu has hecho durante estos cuarenta años, se le abre el corazón sin reservas, sin movernos en terrenos movedizos en los que hoy se mueve la gente, ni mandarnos a la mierda. Han sido unos años, a tu lado, llenos de felicidad.


El médico me dijo ayer que quizás tendremos algunas semanas más de hospital. Tu evolución es favorable pero quieren estar seguros de que no te va a repetir. Mi madre ha llamado. ¿Sabes? Esta ya muy mayor. No se acuerda de ti. Ahora sois los dos, ninguno de los dos se acuerda de nada. Las estrellas se apagan, pero cuando esto ocurre casi siempre hay otra que acaba de nacer. Michelle, la mujer de tu hijo ha tenido una preciosa niña. Eres abuelo, y eso hace que te sientes en el trono de los más maravillosos abuelos del mundo.

Cariño, nadie ha llamado de la fábrica, pero estoy segura que están esperando a que te recuperes, que te pongas bien y entonces vendrán a verte, estoy segura. Cuando tuviste el ataque, por entonces ya habías dejado una buena impresión. Cuarenta años trabajando para la firma, colocando la pieza Jbc7522A detrás del palier izquierdo. Miles de automóviles llevan tu firma, y eso es una verdadera garantía para la empresa. Debemos de darles algo más de tiempo. Es una empresa muy importante, tú lo sabes bien y dedican poco tiempo a sus empleados, pero vendrán a verte y a agradecerte todo el tiempo que les has dedicado. Es importante también haber dado cuarenta años de una vida sin faltar un solo día al trabajo, sin protestar cuando había que hacer un esfuerzo porque la empresa no iba bien. Porque era la crisis, y tú has pasado por varias y algunas veces pensaste en tirar la toalla, pero tú nunca lo hiciste. Decías que había que aguantar, que ninguna crisis podría acabar con nosotros. Y así fue. Fuimos felices por entonces a pesar de las privaciones. Nuestros hijos eran felices. Aunque no lo sé ¿Tú crees que lo eran? Eran bueno chicos, eso si, algo alocados, pero eran buenos, a pesar de costarles encontrar el camino, sobretodo Felip, pero al fin y al cabo salieron personas, se convirtieron en gente de bien y con eso bastaba. Las cosas eran difíciles, las calles se llenaron rápidamente de pequeños rateros, drogadictos y borrachos, de jóvenes sin empleo, pero tú supiste darles la orientación que necesitaban. Si había que cambiar de barrio, lo hacíamos. Nunca he llevado la cuenta de las ocasiones en que nos hemos mudado de casa. Tú siempre decías que el hogar es aquel en donde encuentras la comodidad de ser feliz con los tuyos en compañía de los demás. Tu filosofía de la vida me desbordaba, pero compartía tu visión del mundo, de la vida, de nuestros hijos al cien por cien.

Estoy convencida en que están preparando un homenaje para despedirte como dios manda y como mereces. Fed ha llamado esta mañana para interesarse por ti. Te mandó recuerdos y también Luisa te añora. Nuestro amigos, me gusta recordar los años en que salíamos juntos, de excursión, con los niños pequeños, eran nuestros verdaderos amigos. En la fábrica te recuerdan con cariño y te echan en falta. Han despedido a unos cuantos, los del turno quinto. Se venden menos coches y hay que desprenderse de la gente que no es necesaria o rentable, como dirías tú. Nosotros hemos tenido suerte. Nunca tuviste que verte en situaciones difíciles. Ahora la cosa es distinta, porque la gente exige mucho y quiere trabajar lo menos posible; la crisis, maldita crisis. Antes no era así y estoy segura de que por ese motivo tienen un gran recuerdo de ti.

Dentro de poco van a traer la comida. Mi amor, es muy difícil para mí todo esto, porque no tengo el valor de hacer lo que un día pactamos. Es muy difícil. No tengo nada de valor, lo reconozco; me cago de miedo sólo de pensar que tengo que utilizar contra ti una jeringuilla cargada de veneno. No puedo, he de reconocer que el valor tiene unos límites, que he de aceptar y que han de traicionar nuestro acuerdo. Debo seguir alimentándote. De introducir en el recipiente el alimento que ha de hacerte seguir con vida. Mi amor, perdóname.

-Sí –dijo con una voz suave a través del auricular, ayudando con ello a no molestar al compañero de habitación de su marido. No sé, no estamos esperando a nadie en particular. ¿De la fábrica de mi marido? ¿Ha dicho quien es? No, no le conozco, pero no me extraña. ¿Qué aspecto tiene? Traje azul, con una gabardina beis ¿Y no ha dicho de que se trata? Bien, hazle pasar, si, si hablaré con él no hay problema. Puede que vengan a hacerle el pequeño homenaje que estábamos esperando desde lo del accidente. ¿Sabes? Son muchos años en la empresa y que menos que una pequeño reconocimiento por todos esos años de desvelos. Estoy segura, será alguien que ha enviado la fábrica. Claro, no pueden ser los mandamases, pero no importa, será alguien también importante. Si el se diera cuenta se pondría muy contento. Gracias Dora, te agradezco que me hayas avisado. Acabo de llegar y no me encuentro demasiado mal, quiero decir que de paso he estado en la peluquería y no me han dejado del todo mal, y mira por donde ahora se presenta esta oportunidad. Si, él se pondría muy contento, lo sé. Si, si… hazle pasar.

-Señora, me llamo Urrutia
-Mucho gusto.
-Encantado –dijo con un tono tan frío como el azul de su impecable traje.
-¿Supongo que habrá venido a traerle alguna cosa de la fabrica, no es eso?
-Bueno no exactamente. De la fábrica si, pero no exactamente a traerle, sino a llevarme.
-¿A llevarse? No entiendo lo que quiere decir.
-Bueno no se preocupe. No tiene importancia. Tenemos tiempo, sólo se trata de comunicarle la decisión que desde la dirección, mejor dicho desde el departamento de recursos humanos…
Las palpitaciones le iban aumentando por segundos, a la espera de oír la palabra tan esperada. El reconocimiento por tantísimos años de trabajo.
-… que han tomado respecto a su marido.
El hombre se acercó hasta la cabecera de la cama. Un mar de tubos, aparatos conectados, clavijas de colores, pequeñas tuberías de oxígeno empotradas en la pared y el sonido metálico de bips que acompasaban la insistente respiración asistida era el escenario elegido por Urrutia, representante de la Compaña General del Automóvil, para celebrar lo que él iba a denominar un acto de justicia.
-A él le hubiera gustado oír sus palabras –dijo la mujer, alterada por la emoción. Pero ya ve, el pobre se irá sin enterarse de lo que piensan de él.
-Quizá pueda percibir algo y nosotros estar equivocados respecto a su percepción de la realidad –dijo Urrutia actuando con valentía con el encargo recibido. Será mejor que comencemos lo antes posible. Algunas cosas hay que hacerlas rápidamente, sin demasiadas ceremonias.
-Estoy de acuerdo- dijo la mujer mientras sorbía unas lágrimas que comenzaban a derramarse por sus mejillas.

--El encargo que me ha traído aquí –dijo Urrutia con solemnidad- es para apercibirle señora que en un plazo no superior a quince días, debe hacer Vd. entrega de las prendas de trabajo que en su día se prestó a su marido por parte de la empresa. En especial las camisas y pantalones que se encuentren en mejor estado. Ni rotas ni remendadas, éstas otras –dijo con seguridad- puede Vd. hacer lo que quiera con ellas. Respecto a las botas, entendemos que por su uso y suponemos el desgaste sufrido, ya que son un único par cedido, esta dirección entiende que puede quedarse con ellas igualmente, para hacer uso nombrando, claro esta, su procedencia si es menester. Por lo demás, monos de trabajo específicos para actividades inclusas en determinadas actividades de la fábrica, también tendrá que devolverlos debidamente empaquetados a la dirección que se reseña en este apercibimiento que le entrego seguidamente y que Vd. tendrá la amabilidad de firmar.

Urrutia extendió el pequeño documento que la mujer leyó asombrada, mientras sorbía las secas lágrimas que no encontraban el recorrido en sus mejillas. Un fuerte pitido advirtió algo sobre la frecuencia cardiaca. Una línea plana, en una de las pantallas, indicó que el corazón había dejado de latir. La definitiva convulsión final vino a corroborar que el hombre había dejado una importante huella en la Compañía General del Automóvil de la cual había sido instalador de la pieza Jbc7522A durante cuarenta años.

SI TE DIGO QUE NO QUIERO


La raya de la camisa estaba perfectamente planchada. De un blanco luminoso y agresivo, competía con las delicadas formas de la caída del pantalón que estaba confeccionado en tela ligera, como era de esperar para el verano que nacía sumido en un insoportable calor.

Pulsó dos veces el timbre y esperó pacientemente a que alguien abriera la puerta.

Observé a través de la mirilla durante unos instantes antes de decidirme a abrir. Ni siquiera traté de disponer de un tiempo para pensar en no hacerlo. Acababa de llegar a casa y la noche había sido especialmente dura. A pesar de ser casi siempre un individuo desleal conmigo mismo, para entonces apenas me quedaba algún margen de maniobra. O abría, o me iba directamente a la cama. Nunca había logrado convertirme en la otra persona que siempre deseaba ser. Conocía al hombre de la camisa de manga corta de otras ocasiones, habíamos coincidido en el ascensor y en alguna junta de vecinos, reuniones que detestaba, pero necesarias, sobretodo por la clase de gente que había llegado a ocupar los pisos de renta baja durante los últimos meses. En alguno de ellos se habían hacinado hasta doce individuos en rigurosos turnos. Eran los llamados piso patera, o camas calientes, aunque a mi en realidad la situación no me invitaba a tener una preocupación especial. Pero supuse que los propietarios tenían la razón y no iba ser yo quien se la iba a quitar. Eso es lo que pensaba en realidad cuando abrí la puerta y me encontré frente a frente con el hombre de la camisa blanca y de manga corta.

-Soy su vecino –dijo como balbuceando mientras hacia una señal con su dedo índice hacia las escaleras. No sé si me recuerda. Hemos coincidido en algunas de las reuniones de vecinos.

-Hum…no recuerdo -dije en un tono de estar mintiendo como un bellaco. Aunque a decir verdad creo que le recuerdo, el Sr….

-Mario Kekua –exclamó sonriendo.

-¿kekua? Kekua, eso es. ¿Pero de que otra cosa me suena su nombre?

-Pues no tengo ni idea –dijo el hombre de la camina de manga corta. Mi madre era de Senegal y tomé su apellido cuando su marido la abandonó.

-Pero… no sé… no le veo rasgos de ser…de….

-¿Negros? ¿Rasgos negros, quiere decir?

-Bueno si. Pero será peor que me tenga que explicar desde ahí mismo su origen. No, no se quede ahí. Por favor entre y dígame en que puedo servirle.

-No es nada, discúlpeme por haberle avasallado de esta manera. Estaría descansando, sabemos que trabaja duro y necesita descansar.

-¿Sabemos? –exclamé sorprendido.

-Quiero decir que sé, pero comprenderá que todo se sabe en una comunidad en la cual hay que estar vigilante –dijo mientras tomaba asiento sin que nadie le invitase. ¿Puedo? Haciendo un ademán hacia el sillón donde acaba de tomar asiento.

-No se preocupe. Póngase cómodo, como en su casa.

--Comprendo que se sienta desconcertado dijo el hombre de la camisa de manga corta.

- ¿desconcertado? –exclamé con estupor.

-Bueno es natural, ya sabe el apellido y el color de mi piel, digamos, no coinciden mucho ¿no le parece?

Me parece –afirmé solicito. Pero me da exactamente igual.

-Y a mi –dijo afirmando el hombre de la camisa de manga corta.

-Bien, si ya nos hemos puesto de acuerdo en algo. Solo me queda preguntar en que puedo servirle – dije con la contundencia de declaración de principios.

-Hace un calor de mil demonios. –dijo desabotonando el ojal del cuello de la camisa.

-¡Tonterías¡ -exclamé-. Siempre paseo a mi perro a la misma hora y lo llevo a que haga sus necesidades al sobradero de la Quinta con Tetuán. Si le parece podemos vernos ahí cuando tenga decidido en que puedo servirle.

-Comprendo –dijo el hombre de la camina de manga corta recuperándose de la estupefacción en la que se había visto envuelto por unos instantes.

-Mire Sr. Katua, o Mekua o como demonios se llame. Me paso la noche repartiendo folletos de publicidad. Una veces de ofertas de supermercados. Otras de tiendas de informática. Las que más, de cadenas de electrodomésticos y lo que mas ansío cuando llegan estas horas es lanzarme sobre mi cama y dormir una buena pila de horas. Sin pensar que cuando llegue la noche me esperan como mínimo una tonelada de papel que repartir. Tenérmelas con algún borracho o vérmelas en alguna pelea entre una puta y su chulo, no entran entre mis apetitosas preferencias, como tampoco en guardarle la visita eternamente. Así que preferiría dirimir cualquier cuestión de manera rápida y univoca y meterme en la cama, mientras que Vd. puede hacer lo que le de la repajolera gana con su vida y su tiempo.

-¡Oh! Bueno, no es muy agradable que digamos tener que decir algunas cosas –dijo el hombre de la camisa de manga corta utilizando un tono de voz natural.

-Adelante, adelante, no se detenga por mí, suéltelo de una vez, se lo ruego.- dije de manera agreste.

-Si no tiene inconveniente, hace mucho calor a estas horas y me tomaría muy a gusto, no sé, un vaso de agua fresquita…

-No se preocupe- enseguida se la traigo pero ya puede ir comenzando cuando quiera.

-Del frigorífico si puede ser- Gracias –dijo el hombre de la camina de manda corta complacido

-Supongo que en su apartamento no le falta el agua Sr….

-Kekua. No, no, en absoluto. Está todo en perfectas condiciones –dijo el hombre de la camisa de manga corta-. ¿Sabe? yo me encargo de todo y a mi mujer le encanta que practique el bricolaje, aunque a decir verdad no le gusta estar tanto tiempo metida en casa. La pobre padece de una severa anemia, Ya cuando le venía la regla las defensas le bajaban a cifras preocupantes. La pobre ha pasado mucho con nuestros hijos, que no son malas personas, solo un poco idos del voladizo, como decía mi padre.

-Vamos que se les va la olla, el perol, la escafandra –dije en un tono guasón y con una sonrisa que más bien parecía una cerilla dispuesta a prender la mecha.

-Si, puede decirse así. Pero eran buenos chicos –dijo pronunciando el calificativo en un tono emocionado y con tic de aleteo en el estómago que le delataba incluso por encima de la camisa.

-¿Eran? -pregunté a la vez que me sentaba frente al hombre de la camina de manga corta. ¿Ya no lo son? –dije insistiendo en ello.

-Bueno, es una historia larga –dijo mirando con desdén a ambos lados de la sala. Sufrimos su ausencia con autenticas pesadillas- Se echaron a perder, sobretodo Rodolf el mayor que tenía un talento innato para la música. Me encontraba de viaje en aquellos días. Siempre he estado de viaje, era lo mas natural. Mi profesión ya sabe.

-No, no sé. Si sé de profesiones….¿Pero la suya?, desconozco a que se dedica, mejor dicho a que se dedicaba, pues tiene el aspecto de estar jubilado

-Claro, claro. Perdóneme –dijo el hombre de la camisa de manga corta, quitándose las gafas de carey negro y que con ayuda de un pañuelo de un blanco luminoso, se enjugo el sudor que comenzaba a rodar por su frente.

-Tenía un buen empleo –dijo. Representante de artículos de droguería y ferretería. Solía viajar por todo el país. Era un trabajo duro, sobretodo porque era de esos trabajos que te impiden ver a tu familia con regularidad. Semanas enteras rodando por las carreteras, entrando y saliendo de despachos, entrevistándome con desagradables o encantadores jefes de compras, según se mire. Era un mundo complejo, y duro. Veía a mis hijos de ciento a viento. Teníamos una buena casa en el campo un buen coche, último modelo, plateado, con alojamiento para cinco personas aunque casi nunca pudimos compartir viaje alguno juntos. Mi trabajo me lo impedía. Nunca tuvimos mucha comunicación entre nosotros, también en verdad. Mi mujer los cuidada y educada a su manera. Eran tiempos en que había que trabajar duro para sacar adelante a la familia. No se hace idea de las veces que me he arrepentido de ello. No, no me mal interprete, nunca me arrepentiría de haber hecho lo mejor por mi familia, quiero decir el tiempo que he pasado fuera de casa en vez de estar a su lado de eso es de lo que me arrepiento.

-Comprendo. ¿Pero todo esto que tiene que ver conmigo? -dije asustado de la hora que se nos había hecho.

-Mi hijo se echó a perder. Se dedico a traficar, primero con pequeñas dosis, el “trapicheo”, el menudeo, ¿sabe Vd.? Eso es un asunto feo. Cuando te metes ya casi nunca puedes salir. Y él se metió tan hondo que nadie pudo ayudarle. Recuerdo lo bueno que era, un virtuoso, como lo oye. Un tipo de esos que toca de oído, sin partitura. Improvisaba, su instrumento recitaba un Bach perfecto. Era grande, de lo mejores.

Un noche lo encontró mi mujer, tumbado sobre la cubierta de su cama, desnudo y boca a bajo. De la comisura de su boca caía una pegajosa espuma blanca. Había sido una sobredosis, una mala mercancía nos dijo la policía.

-¿Pero…? –traté de decir

-Perdóneme, es Vd. tan joven, como Rodolf, estoy seguro que tenia su edad. Y Me preocupa esa manera que tiene hoy la juventud de ver las cosas. Todo comienza con un porro, unas cuantas botellas de cerveza y sin darte cuenta te encuentras metido en un auténtico saco de mierda. Verá –dijo el hombre de la camisa de manga corta con la serenidad de un obispo. Nuestra congregación se dedica a impedir que la juventud caiga en manos del diablo. Que persiga los placeres prohibidos y se eche a la contemplación y el hedonismo. Y Vd. que es joven no es libre de caer en las redes del maligno. ¿Sabe? Me falta un solo escalón, uno solo, una oveja del rebaño descarriada, retornarla al camino del bien para conseguir el grado de supervisor y Gran Testigo de la Renovación y eso entre vecinos, espero comprenda, es preciso que nos ayudemos.

No supe que decir en los siguientes diez días. Alguno de ellos le vi, si, a él, al hombre de la camisa de manga corta, con un pequeño libro negro en su mano y que me miraba sonriente cuando coincidíamos en el portal o salíamos a tirar la basura al contenedor. Nunca más me dijo nada, pero tuve la sensación de sentirme vigilado a la espera de que él viera en mí al diablo en persona para actuar. Ese pensamiento intranquilizó mi vida de ahí en adelante. Como él –pensé- todos los días se iban a convertir como miembros numerarios, en algún tipo de congregación, cientos de seres que creían ver en los demás la figura del mal.

El LAGARTO AL FINAL DE LA ESCALERA

Hasta las cejas de citalopram. El ascensor no funciona. El portero pretende comentar un problema de la comunidad como si fuese una tertulia. Llueve. No consigo coger un maldito taxi. Montiel me ha llamado por teléfono diciéndome que definitivamente ya no me quiere. Mis hijos, pareja de analfabetos, me reclaman un aumento en la dotación económica por estudios. El proyecto parece que puede funcionar pero significa, tal vez, acostarse con la mujer del cretino de Martín. Por ahí no paso. Esta buena, pero no paso. El proyecto tiene que salir por si mismo. Es bueno. Me monto, por fin, en un taxi. El tratamiento me produce algunas nauseas o quizás sea el Abiraterone. Da lo mismo, el caso es que las nauseas solo se pasan con algunas gotas de “maría”. Bosch, de mismo nombre que el personaje de “le gustaban ver los culos y las imágenes religiosas”, pretende que rodemos hoy al menos un par de escenas, y yo le he dicho por teléfono que mi “picha” no esta para prisas, que todo a su tiempo, que hay tiempo para amar y tiempo para morir. Aquel si que era un personaje que me gustaba. Anclado en el más ancestral de los machismos, al final consigue cargarse a su mujer y casi le endosa la muerta a un vecino, pero este más hábil lo ha presenciado todo a través de unos prismáticos desde el ventanal del salón de su casa. Era buen tipo, el tragajrabe de alcachofa. De la Biblia casi siempre se puede sacar algo de provecho, aunque sea mero recurso narrativo. Sigue lloviendo y sigo atascado entre el 140 y el 146 de Rosales. La gente va y viene con sus paraguas, sumidos en sus pensamientos; en el que se puede hacer de comer. No olvidar sacar la ropa de la lavadora. Recoger a los niños y llevarlos a sus actividades extraescolares. Él, espero esté pensando en mi. Las aceras siguen inundadas de agua y de derramados y húmedos sentimientos. Bosch es un granuja en el que uno no puede confiar sus secretos. Lo sabe hasta el contable de la compañía. Cada año se registran trece mil quinientos casos de cáncer de próstata y como resultado seis mil hombres se quedan sin ver el comienzo de la liga de fútbol. Lo saben también todas la chicas, aquellas con las que mejor me llevo y con las que peor, estas, supongo les importara un rábano si me entierran pronto como a un nabo. Mis fans, si es que aún me queda alguno, tan mayores, estoy seguro, que no se les empalma lo mismo que a mi, puede que sientan la pérdida, pero es pronto para pensar en ello, aun no me ha llegado la hora de que me claveteen camino de una vida mejor. Aún recuerdo el enfrentamiento, entonces se televisaba todo, entre el “bien” y el “mal”, entre un actor porno y el mismo que hoy pretende dar la cara por todos los curas pederastas. Nadie salió vencedor de aquello, porque era nada lo que se debatía. El bien contra el mal, el sexo contra la abstinencia. Hoy no tendría sentido todo aquello, si es que hoy día algo lo tiene, quizás el hacer feliz a la gente sea la mejor empresa en que deberíamos empeñarnos, ¿pero cómo se llega a eso? Hacer felices a mis seguidores ha sido lo que he tratado de hacer toda mi vida, aunque no sé si lo he conseguido del todo.

Es la hora en que en la calle se produce un vaciamiento de público. Bosch puede que este echando maldiciones contra mí en medio de sus incontables pornostars, pero la escena que pretende rodar hoy tendrá que esperar mientras este atrapado en este atasco viendo como pasa la gente embutida en sus gabardinas y botas de agua.

Me llamo Luis Sebastian, sin acento, de origen indeterminado, aunque mi madre tenía rasgos amazónicos, bellos labios y ojos tan negros que parecían hermosas cavernas que nos llevaran a la luz, al refulgir del brillo. Respecto a mi padre, ese si que es mi personaje familiar más indeterminado. Algunas fotografías amarillentas y montón de recuerdos sobre la cabeza de mama, avalaban su pasada existencia. Tengo cáncer de próstata y soy pornostar de profesión. Mejor dicho durante muchos años he sido el semental de Cabo Grosso, que allí es donde nací hace más de cincuenta y menos de sesenta. Hoy día casi me encuentro extinguido, y solo me reclaman para hacer alguna fugaz aparición como marido cornudo o mejor aún como amante despechado, tal vez no, pero podría conducir todo el metraje yo solo sin hacer ningún corte. Mi record entre veinte y treinta cinco interminables minutos. Me llamo Luis Sebastian y estoy a punto de morir pero no antes de explicarles con detalle quien soy en realidad porque he decirles que tengo un poco de todos mis personajes… La pasada noche tuve un sueño donde se veía a un hermoso lagarto como se deshacía de su presa. Para aquella todo había terminado, pues ambos se encontraban al final de la escalera