viernes, 1 de octubre de 2010

EL CABALLO VOLADOR


Era sábado, podría holgazanear hasta tarde. El tiempo estaba limpio, y no amenazaba lluvia como otros días. El último día de clase antes de las vacaciones me bebí el vaso de leche en polvo de los norteamericanos, canté el cara al sol y me dirigí a mi clase. Así era mi escuela, donde no se aprendía nada, porque no se enseñaba nada. Se fabricaban personajes que no dieran problemas. Los guetos eran la reserva de la mano de obra. Así era mi barrio: lleno de la gente del gueto. Los sábados me divertía en el balcón. Se estaba fresco. Habían comenzado las vacaciones y todo me parecía hermoso. La vida era alegre y divertida y además soñaba que mi caballo de cartón era un caballo volador, que me llevaría lejos de aquel suburbio, de aquella miseria. Tenía prisa y mi caballo también. Acabé mi desayuno y el balcón, el aire libre y mi paz, me esperaban, pero también lo hacia mi caballo descabezado. Alguien se la había decapitado. Comprendí entonces que no podría salir de allí tan pronto como deseaba, así que me deshice de él en pequeños trozos. No deseaba verlo diariamente y tener que decirme que de aquel lugar era casi imposible huir.

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