sábado, 30 de octubre de 2010

EN FIN...

En fin, quedé tan abrumado que habría preferido desaparecer por una pequeña grieta del suelo o haber sido transformado en compost cuando salí triturado del espureo edificio que albergaba el Centro Comercial. Fortuna me estaba dando una cháchara incomprensible que yo era incapaz de asimilar. Solo un idiota o el retrasado que vivía en el cuarto interior podían comprender algo de lo que ella iba soltando. Sin embargo y a pasar de conservar el ánimo, los nervios y las manos en el volante, casi siempre hay un mequetrefe que circula algo más deprisa de lo permitido con un cierto desorden hormonal y un coche trucado hasta las cachas. El imbécil de mequetrefe, como no , era un energúmeno de unos veinticinco años, recién salido de Es-madre y a punto de aprobar las oposiciones de notario, pues para otra cosa no se sirve habiendo estudiado en un centro donde se aplica la doctrina Busch del conocimiento económico. Quedé en un tris-tras con el morro rasgado, reventado y saliendo por alguna parte del motor, el vapor de humo que hemos visto miles de veces el la Tdt: en otro sitio no es posible ver tanto desastre y tantos automóviles destrozados. Hubiera rezado el rosario, de haber llevado uno en la guantera, pero me iba de perlas oprimir con el dedo pulgar la zona f de mi mano para aplacar la rabia que poco a poco iba convirtiéndose en ira incontrolable y en un estado de nervios hechos migas. Así que en mi subconsciente salgo del coche, me dirijo al mequetrefe, le suelto un guantazo, le estrello una papelera contra el parabrisas, y decido seguidamente si redacto el parte de accidente en tono amistoso o simplemente me doy a la fuga. Fortuna, que apretaba mi brazo con esa fruición de una mujer al borde de la más horrible locura, me miraba entre: ves y sacúdele y vuélvete al coche y vámonos a casa, cariño. Mi deseos de matar se habían acelerado, y a punto estuve de procurarme una buena estancia entre rateros descerebrados, descerebrados asesinos y proxenetas descerebrados. Solo pensar en ello mis deseos se iban amortiguando hasta tal extremo de redactar el parte de accidente con la rigurosidad de un escribano, como el auténtico pasante de un juez de primera instancia.

Dos horas más tarde decido no esperar ni un segundo más a la grúa que iba a encargarse de trasladar el coche al taller, mejor a la chatarra, aunque con aquella suerte la mía y si después de aprobar la reparación, va y me descalabro por un precipicio, pues al aprendiz se le haba olvidado apretar las tuercas de los frenos delanteros: epitafio que bien pensado hubiera servido para alegar desorden mental allá arriba, delante de encargado de distribuir a los que de ninguna manera desean volver a pisar un grumo de tierra rojiza de este planeta.

De repente me entró una incontinencia por mear y comer aunque en aquella situación sólo podía permitirme el lujo de devorar una hamburguesa doble con doble ración de patatas fritas y triple de lechuga chorreada de asquerosa salsa César. Fortuna y yo vimos marchar al coche hecho migajas, subido en la caja de la grúa atado como un perro sarnoso de camino a la perrera, desde el cabrestante se deslizaba una correa que lo ataba corto, vamos como a un perro rabioso. Al otro lado, quedaba el edificio más ambicioso que había visto nunca, obra de otro arquitecto megalómano sucumbido por el irresistible poder de convicción de un degenerado concejal que lo que pretende, entre otras inconfesables cosas es que no podamos morirnos en paz, o suicidarnos si viene a cuento. Ni una ventana, ni un minúsculo haz de luz era posible que se colara hasta el interior de aquella tumba comercial. Las razones eran obvias, o ignoraba a la Nueva Arquitectura o me meaba encima. No había tiempo ni ganas para razonamientos. De paso echaría un vistazo a las hamburguesas con el fin de saciar mi hambruna. Los nervios, pensé, pero continuaba engañándome, mi desazón formaba parte de mis deseos mas inconfesables. Me había dado, a escondidas, a la hamburguesa. Me hubiera suicidado por mi debilidad, la primera vez, pero las siguientes encontraba en aquella montaña de grasa, un principio: el mismo que hace que seamos fieles a un mujer durante toda una vida. Era mi secreto, y por mi iba a ser el mejor guardado.

Cuando noté la bofetada de aire recomprimido. Mil veces dirigido por las tuberas de acero, kilómetros de conducción incontrolada, origen de las enfermedades mas horrendas, mi corazón pareció explotar entre aquella masa de gente de todos los colores, razas y condición social. Hacia mí avanzaban, como si fueran huyendo del sol, verdaderos vampiros, de ojos lechosos y cuencas amoratadas. Eran el grupo más numeroso. Me miraban y sonreían como dándose la razón de que yo iba a ser el siguiente en su lista. Me atacarían, morderían y me dejarían sin una gota de sangre. Eran pues en si mismo un espectáculo que a su paso nos increpaban y llamaban ¡capullos de mierda, que os den! Algunos llevaban clavadas estacas de madera, tan realistas que podían engañar a cualquiera. En mi caso pensé en Halloween. El día de los muertos pasado por el filtro de una serie de televisión. El grupo del fondo vociferaba contra otro que pretendía ocupar unas mesas en el bar de moda El oso que guiña el ojo, sin duda nada que ver con el Yogui de Yellostone de nuestros, imperfectos y a todas luces estúpidos, años de candidez.

¡Que se los lleven, que se los lleven! Me parecía oír gritar a una masa de compradores compulsivos, supongo querrian refereirse a algún pobre diablo que habría cometido el error de circular, pongo por caso, por el carril contrario de las inmensas avenidas peatonales del centro comercial. Mi vista hacia sacudir a la cabeza, harta ya de tanta y semejante estupidez. Aquella situación ofrecía todos los condimentos de acabar siendo una situación peligrosa. El deseo de consumir, adosado al deseo de calentar a alguien, hace que el comprador de centro comercial se comporte con un autentico nakinavajas en potencia. Fortuna procurada contener la sonrisa, pero yo no sabia a cuento de que aquel rictus que iluminaba su cara hacia presagiar momentos difíciles en nuestra relación con los demás.

Por fin el oso que guiña el ojo, donde podría mear y tomar un te cargado de alguna sustancia que adormilara mi desagrado por la gente. Como método recurrente y solo para aclarar algunas ideas confusas, me interrogaba ¿Qué demonios hacia metido en aquella jaula de locos?. Sin respuesta. De manera que no quedaba otro remedio que seguir en la senda, aparcar tu cuerpo cuando tuviera ganas de mear, y dejarte de tonterías pues salías ileso o salías amoratado de aquella fiesta de viernes por la tarde.

Todo el mundo piensa que lo suyo es lo mejor, incluso yo también pienso que lo mío es lo mejor, lo que hace mover al mundo con sensatez, sin violencia y con la humanidad puesta a flor de piel. Aunque tal vez, los mejores deseos, aquellos aprendidos en talleres de crecimiento personal, en las interminables charlas con los psicólogos de familia, quedan arruinados, abocados a la cloaca en un santiamén cuando tu coche ha sido victima de una tropelía provocada por un degenerado, te entren ganas de mear y no tengas mas remedio que hacer uso de un centro comercial donde el general Custer hubiera disfrutado como un indio, -nunca he pretendido que las bromas me salieran de manera tan canallesca- cuando vas, y después de pelearte con una compradora por un oso de peluche consigues localizar la luz roja de los retretes, algo que dudo mucho sea obra del altísimo, un energúmeno de casi dos metros d e altura te pide algún comprobante de haber adquirido en cualquiera de los cuatrocientas cincuenta y dos tiendas objeto útil o inservible pero que sin ese requisito era imposible la evacuación de vejiga. Tan esperado momento se me venía abajo, y abajo se me venia los sudores y humores, la candidez y autocontrol aprendido en mis reuniones, por ese pequeño detalle hube de liquidar un sanción de cuatrocientos euros por una simple meada en la calle, aunque, tal vez, no hubiera sido tan desproporcionada la sanción, si mi mala precaución no me hubiera llevado a hacerlo encima de un indigente, que en el juicio de faltas, que se celebró semanas después, parecía haber caído mi intemerata sobre el nuncio apostólico, por lo menos.

CONTINUARÁ...?

miércoles, 20 de octubre de 2010

¿QUIÉN ESTABA LLAMANDO?

Este texto fue adaptado para la realización de un cortometraje.

No sé lo que me pasa, no puedo mover los brazos. No los noto bien, pero creo, eso sí, que estoy boca abajo. Hace calor. Hace mucho calor y tengo la boca seca. ¡Lo que daría por un buen trago! Una Clandestina bien fría. Creo, no quiero ponerme nervioso, pero creo que tampoco noto mis piernas. ¿Qué me esta pasando? No recuerdo absolutamente nada. No puedo ver con claridad si es de día o de noche, solo sé que hace mucho calor y que tengo algo en mi cabeza que me aprisiona. Tengo el cuerpo pesado, como si mis músculos no estuvieran. Como si fuera una masa inerte. Estoy soñando despierto y es un sueño extraño. Ahora,…ahora parece que empiezo a recordar alguna cosa. Viene como en una niebla y esta todo borroso, es difícil ver quien es la figura de la silueta que viene del fondo. Hace calor y no puedo moverme, tengo que moverme, sentir de nuevo el aire, despojarme de lo que aprisiona mi cabeza. Me estoy volviendo loco. No sé que hago aquí, parece un campo. Veo algunas amapolas. No lo veo bien, pero no me parece que haya nada plantado. Al fondo parece la forma de una casa. No debe haber nadie, todo está tranquilo y además parece vieja y destartalada. No creo que viva nadie. Siento un pinchazo en los dedos de los pies, pero sin embargo no los puedo mover, no puedo cambiar de postura. Como siga pensando en ello me voy a volver loco... Por la forma en que veo la casa y el campo de amapolas, estoy boca abajo, parece que he caído en un torrente, cerca de la carretera. No puede ser. No puedo recordar nada d3e lo que ha ocurrido anteriormente. ¿Y además que hago aquí? ¿Me dirigía a alguna parte? ¿Qué me ha pasado?, ¿Por qué no puedo mover mis brazos ni mis piernas, ni la cabeza?, lo intento desde hace un buen rato. Solo noto el calor, ese sol abrasador y el cantar de la chicharra. Me encuentro en un lugar alejado, en un desierto, no…no puede ser. En una zona agrícola. Si tuviera la suerte de que pasara algún tractor se daría cuenta enseguida de que me encuentro aquí. No sé cuanto tiempo llevo así, en esta posición. Mi cuerpo parece entumecido, o muerto, no puedo pensar, no puedo ver más allá de la casa. Nada se mueve en ella. Se encuentra deshabitada, nunca vendrá nadie, nadie me encontrará. Tan solo si pudiera girar unos centímetros la cabeza, podría hacerme una idea de donde me encuentro, y de alguna manera podría pedir ayuda. Estoy seguro que tras de mí hay alguna carretera por donde pasan coches. Una carretera…claro. Yo iba por una carretera. Pero no sé adónde iba. Si iba solo o acompañado. Maldita mosca, no puedo creerlo ese ridículo insecto me esta picando. Si, es una mosca que pica, o que muerde. No, eso es solo entre abejas y avispas, algunas moscas pican como insectos. Trataré de ahuyentarla con un pequeño soplido, pero tampoco puedo mover los labios. Estoy paralizado, completamente. Mi teléfono, donde he puesto mi teléfono. No puedo ver donde esta, ¿En uno de mis bolsillos? Si pasara alguien podría indicarle, no sé como, pero al menos lo intentaría. Quien fuera podrían llamar a alguien para que me sacara de aquí. Pero nada se mueve en la casa. Nunca vendrá nadie a esta maldita casa. No recuerdo dónde lo he puesto. Seguro que esta mañana he salido con él. No suelo olvidarme de mi teléfono. Es importante para mí. Mi trabajo es el teléfono. Que podría hacer si él. Era aquella recta, eso es… ahora parece que viene de nuevo un soplo de recuerdo. Un buen asfalto, poco viento, si… había poco viento y circulaba a mucha velocidad, lo reconozco, me gusta correr y sentir el viento como choca en mi mono. De repente sonó el teléfono móvil y fue el instinto lo que me llevó a echar mano a mi bolsillo lateral. No recuerdo nada más. Con probabilidad debí salirme de la carretera..., la misma que queda tras de mí y que desde este lugar no puedo ver, y tampoco a nadie y nadie puede verme. Parece una hondonada, un torrente. No puedo describir bien lo que mi único ojo puede ver. Amapolas, una tierra árida, la casa. Poco a poco voy encontrándome mejor. Parece como si me nublara la vista. Debe ser el sol que esta cayendo. No, no puede ser… no puede hacerse oscuro. Entonces es cuando no me encontraran. Jan habrá notificado mi desaparición y seguro que a estas horas, habrán salido a buscarme, pero si se hace de noche abandonaran la búsqueda y me encontrare solo a merced de quien sabe que…No puede hacerse de noche. Estoy cansado, Jan y estoy solo, muy solo entre las amapolas que se cimbrean al paso de unas leves ráfagas de viento y el polvo que a su vez levanta y nubla mi vista. No puedo dejar de pensar en ti querida Jan. Recuerdo tantas cosas, nuestros encuentros, las peleas. Cuando decidiste hacer un viaje por Europa tu sola, para encontrarte, dijiste. Yo al principio no lo entendí así, pero poco a poco fui dándome cuenta de que lo mejor era tomar cierta distancia entre nosotros para encontrarnos después con el tiempo pasado y las ideas sosegadas, hasta hoy, Jan querida te echo de menos, te necesito porque creo que me estoy muriendo y no quiero hacerlo solo y tampoco me gusta éste sitio. No quiero morirme, mi pequeña Jan, pero por dentro algo me arde y no creo que sea nada bueno. No puedo llorar, porque todos los músculos de mi cuerpo están paralizados. Recuerdo una película donde el personaje, que sufre un accidente como yo, le dan por muerto hasta que descubre la manera de llamar la atención de que sigue vivo. Llora Jan, derrama unas cuantas lágrimas y por fin descubren que no esta muerto. Este no es mi caso. Nadie va a venir, lo presiento. Porque nadie puede verme. Aunque me ha parecido ver una ligera sombra cerca de la casa. Será de algún animal que deambula por la noche en busca algo de comida. Pero no sabe que durante todo el día nadie se ha acercado hasta aquí. Estoy volviéndome loco y noto como mi cuerpo me ha abandonado. Del calor he pasado al frío y tengo sueño. Frío sueño, que más da en ocasiones es lo mismo, los sueños son fríos recuerdos o deja vu de tus vidas anteriores. Esta última mía seguro que la vuelvo a vivir en algún momento de mis próximas vidas. Nunca he creído en todo esto pero quién sabe, somos vulnerables al destino. Creo que algo se acerca. Está tras de mí. No puedo ver lo que es y sin embargo no tengo el más mínimo temor por lo que pueda pasarme. Querida Jan, espero que puedas sentir, como yo, todo lo que te he amado durante todos estos años. Has sido siempre las espigas de mis tortuosos campos sembrados de dudas, de mis temores. Lo que ha dado aliento a mi vida. Jan no sé quien es pero me siento bien, no me preocupa por lo que puede llegar a hacerme. Ya no tengo miedo y todo se vuelve nublado, blanquecino. Jan no sé donde estoy ni lo que pasa pero estoy tranquilo, sabiendo que tarde o temprano vendrás a buscarme…Gracias, pequeña por venir. Me gusta tu sonrisa. Y tu pelo, es suave y brilla a la luz del sol. ¿Cuántos años tienes? Nueve. Es divertido verte así. En otras circunstancias no hubiera podido reconocerte. No entiendo lo que tratas de decirme. No puedo seguirte. Aunque puede que comience a recobrar la sensibilidad. Mis brazos, los vuelvo a encontrar y mis piernas. Es divertido lo que sabes hacer. ¿Por cierto que hacías en la casa? Que vives allí, pero es una casa vieja y está medio en ruinas. ¿Qué es nuestra casa? No puedo creerte. Yo nunca te hubiera llevado a una casa así de destartalada. Aunque mirándola bien podríamos sacarle algo de partido. No te rías de mí, es una broma. Eres hermosa y contigo comienzo a notar de nuevo mi cuerpo. ¿Adónde me llevas Jan? Es una sorpresa… ya. Es muy divertido. Ahora puedo quitarme la presión de mi cabeza. Este maldito casco y el mono que abrasa mi cuerpo. ¿Que te dé la mano?... Claro faltaría más, estaba deseando que me lo pidieras. ¿Sabes una cosa?, me pregunto ¿Quién llamaba por teléfono en aquella recta? …tienes razón, eso ahora ya no tiene importancia.

domingo, 10 de octubre de 2010

ENCERRADOS


-¿Qué..? –exclamó Horia, casi hablando con sus brazos.
-¿Qué de qué?- respondió Cornel- casi susurrando y con una luminosa sonrisa -Eres único para abrir puertas. –dijo Horia, con alabanzas.
-No he sido yo. La puerta estaba abierta. Solo me he limitado a empujar y…

Horia 22 años. Vlad 15, el más pequeño. Cornel 27, El jefe ,“El Boss” como le gustaba que le llamasen. Los tres hacían un equipo perfecto. Forzaban, entraban, hurgaban, elegían si era preciso, y huían después a beber cerveza y de putas. Es lo que mas les gustaba hacer en la vida.

-¿Cómo has dejado la puerta? –dijo Horia -Normal, ¿Cómo quieres que la deje? Joder, siempre pisando mis pasos, Horia –exclamó Vlad.
-¿Qué has encontrado? –pregunto Cornel.
-De momento poca cosa. Papeles, algunos pasaportes y un par de cámaras compactas de fotos. ¡Mierda, mierda!. Me da que aquí no vamos a sacar nada en limpio.
-Calla y sigue mirando. Parece que no hay nadie. Tenemos tiempo y podemos trabajar con tranquilidad.
-¿Trabajar con tranquilidad?. En buena nos has metido. Joder, aquí no hay donde rascar. A lo sumo quinientos y con suerte.
-No te quejes, ayer sacamos un buen pellizco –dijo Horia, mientras Cornel y Vlad, alumbraban con sus linternas algunos cuadros colgados en la pared.
-Sabes, Vlad, me hubiese gustado saber pintar –dijo Horia barriendo con la débil luz de la linterna el rostro de una mujer. ¿De qué época será? Es una chica rara, con esos tirabuzones. Joder ya no se ve a gente así.
-Deja eso y céntrate en el trabajo –dijo Cornel. Solo las joyas y el dinero. Los cuadros son muy difíciles de colocar. Además quien iba a creer que nosotros entendemos de pintura- exclamó.
-Nunca es tarde Horia para aprender y si lo tuyo es la pintura pues a qué esperas -dijo Cornel con ese elegante tono paternalista que solía adoptar en algunas ocasiones.
-¿Dónde esta Vlad, hace rato que no le veo? –dijo Horia -No tengo ni idea, estará en el piso de arriba –dijo Cornel. -Esta bien yo voy al garaje, a lo mejor allí encontramos algo que nos alegre la noche. Por que de momento aquí no hay nada -dijo Horia girando su cuerpo en redondo acompañándose de sus brazos.
-Pareces una puta bailarina de ballet –exclamó Cornel.
-¿Dónde esta Chiqui? Es verdad, hace rato que no le vemos.
-Bien, tu ve al garaje que yo voy a buscar a ese descerebrado, -dijo Horia -¿Cómo es que la puerta estaba abierta? –se preguntó mientras subía las escaleras en busca de Vlad.

Los tres habían llegado al país en un compartimento seguro al fondo de la caja del camión que hacia la ruta diaria Bucarest Barcelona. Las barreras se habían cerrado para aquellos sin papeles, los que no resolvían nada. Los que se la veían con la mano de obra nacional. Los ladrones, la gente indeseable. Los que hurgaban en los contenedores de basura, en los últimos tiempos en plena competencia con los hurgadores de basura nacionales.

-Horia, que habéis hecho. Allí hay…alguien, una….tipa, que esta. Joder ¿Qué le habéis hecho? Cuando entramos no había nadie y de pronto la puta esa me da un sopapo con aquellos ojos abiertos, con la cabeza caída. Esta buena la tía, pero, joder… era una puta joven que supongo que no le había hecho mal a nadie. -Cálmate Vlad, nadie le ha hecho daño. Además ¿De qué coño estas hablando? Una puta joven, ¿que quieres decir? ¿Qué pasa Vlad, que has visto?.
-Allí, Cornel -señalando con el brazo hacia una habitación del fondo del primer piso, cuya puerta entreabierta delataba algo inesperado. Una visión sobrecogedora.
-Estas muy nervioso Vlad, cálmate y déjame a mí –dijo sobrio como solía ponerse en aquellos momentos en que la situación lo requería.
-Joder, ¿Pero quien ha hecho esto? –exclamo tapándose la nariz. Mierda, ¿Quién cojones ha hecho….? ¡Dios! Esto es una puta mierda y un asco. Tenemos que largarnos, llama a Horia, nos reunimos abajo y salimos echando hostias.
-¿Dónde esta Horia? No lo encuentro –dijo Vlad, al cual también se le conocía por Chiqui, tratando de recuperar el aliento.
-No tengo idea, lo último que sé es que se dirigía al garaje, a ver si allí encontraba algo con el que sacar la noche adelante –dijo alterado.
-Si en cinco minutos no ha aparecido nos largamos.
-Y una mierda. Yo no dejo a Horia aquí. O nos vamos lo tres o nadie.
-Mira Vlad el que da las órdenes aquí soy yo y si yo digo que nos largamos nos largamos, ¿Entiendes? ¿Sabes lo que te estoy diciendo cabeza de mendrugo?
-Si no viene Horia, de aquí no sale nadie –dijo mostrando una pistola de clavos hecha por el propio Vlad.

Vlad era un experto en construir armas de la nada, con cuatro tubos y dos maderas, solía hacer unas cañoneras que –como decía Horia- , jodían la molondrona de un solo tiro. Todo eso lo aprendió en el reformatorio. Era un perfecto hijo de puta para la mayoría de directores de instituciones por las cuales había pasado. Quince había cumplido, pues desde los dos había trasegado de todo: hospicios, maternales del estado, reformatorios y toda suerte de prostíbulos del barrio rojo de Bucarest. Era único -solía decir Horia, que lo adoraba. Era como su hermano pequeño, al que había que proteger, aunque en muchas ocasiones todo el mundo debía de protegerse de sus cambios de humor.

-Deja esa mierda y no nos jodas.-exclamó cabreado.
-He dicho que si no viene Horia de aquí no sale nadie.
-Mira Chiqui. Deja el arma en el suelo con mucho cuidado y después hablamos ¿de acuerdo? No tengas miedo, no va a sucedernos nada, Nosotros no hemos hecho nada ¿Entiendes? Nada, no pueden cargarnos esa mierda a nosotros. -¿Quién ha sido Cornel? Cuando hemos entrado la puerta ya estaba abierta. Recuerdo que poco antes de entrar tú te adelantaste para inspeccionar que no hubiera contratiempos mientras Horia y yo vigilábamos desde el coche por si alguien se acercaba. En total habran pasado diez minutos Cornel, los suficientes como para encontrarte con esa chica y quitarte de en medio la carga. -
¿Qué demonios Vlad? ¿De que me estas acusando? ¿Intentas decirme que he sido yo quien se ha cargado a esa chica? ¿Y porque tendría que haberlo hecho? -Eso solo tu lo sabes –dijo Chiqui con cierto aire de superioridad, sabiendo que de alguna manera podía acorralar a Cornel por primera vez en su vida.
-Tienes muchos fantasmas en esa cabeza chico y cuando veo tanta “gente” –dibujando las comillas en el aire- a mi alrededor, sobretodo si son fruto de las fantasías de los demás, me cabreo, chico, me cabreo y puede que haga , entonces si, alguna locura. Chico, estas mal del “molondrón” y eso también me pone nervioso. Saber que tengo que trabajar con alguien que es incapaz de dominar sus impulsos, me pone nervioso…claro que si –dirigiéndose hacia la puerta del garaje.
-Muy nervioso –se le oye murmurar antes de desaparecer hacia el interior del garaje.
-Estás jodido Cornel –dijo para si el pequeño Vlad. Si no salgo de esta tú tampoco, ¡ mamón de mierda ¡.¡Horia! -exclamó Vlad, ¿dónde te habías metido?. Casi hago una locura con Cornel. Me puso nervioso. Aunque él asegura que soy yo el que le pone nervioso. En fin, que saqué mi “putita” y le apunté. Cosa que no le gustó. Hay que tener cuidado con él. Creo que se ha cargado a la chica.
-Que chica, ¿De que estas hablando? ¿Quien se ha cargado a quien?
-Arriba –relata Vlad. Arriba hay una chica desnuda, con los ojos así de abiertos –escenifica una cara con dos grandes ojos inertes, sin expresión alguna como el rostro de la chica muerta.
-No te la habrás follado ¿verdad?
-¿Por quién me has tomado? -Por lo que eres. Un perfecto hijo de puta.
-Pedazo de cabrón, siempre con tus "bonitas" palabras. Ensalzando mis progresos. Debería joderos a los dos y largarme de aquí solo, en busca de otra gente que viera en mí no a alguien que intenta joder siempre a los demás, si no a alguien con futuro.
-Chico, eso ni lo sueñes. Antes de que quieras darte cuenta has acabado con una bala en tu jodida cabezota y una bolsa de plástico envolviendo tu cuerpo. Así que ni lo pienses.
-Sabes una cosa Horia, hace unos minutos hubiera dado la vida por ti. Pero ahora, no sé, tendría que pensármelo. Cornel no me cae nada bien, siempre jodiéndome con su diferencia de edad, su poder sobre nosotros dos. Le he enseñado a “putita” y se ha puesto nervioso, Solo quería salir de aquí los tres, como siempre. Siempre ha sido así ¿no? No había diferencias entre nosotros. Formamos un buen equipo. ¿Por cierto donde esta Cornel? Ha ido a buscarte al garaje, pero tú no vienes del garaje. ¿Dónde esta Cornel, Horia?
-A mí que me cuentas. Yo vengo del garaje y allí no había nadie. He podido arramplar con un par de cientos que tenia a buen recaudo en la guantera. Para gastos imprevistos -dijo entre carcajadas.
- ! Que listo eres Horia ¡ Siempre consigues lo que te propones.
-Solo es cuestión de suerte y también de experiencia, claro. No todo se le puede achacar a la suerte. Sería mucha suerte.
-Claro, claro –asintió Vlad. Sería demasiada suerte.
-Ve a buscar a Cornel y dile que nos largamos. Me pone nervioso pensar en lo del fiambre allí arriba. Al final nos van a encolomar algo que nos hemos hecho y eso sería una cosa muy fea por su parte.
-Claro, Horia –dijo Vlad riéndose. Muy fea –mientras corría hacia el garaje en busca de Cornel.
-La madre que los parió ¿Pero que han hecho? -dijo para sí Horia. Estos h¡jos de puta quieren arruinar mi vida. Allá ellos con la suya, pero a mí que no me metan en sus asuntos de faldas. ¡ Pobre chica ¡ -se lamentó Horia mientras cubría el cuerpo de la chica con una sabana azul cuya mitad arrastraba por el suelo de la habitación.
-Horia esta en el primer piso con la chica –dijo Vlad a Cornel.
-Bien habrá que ir dejando las cosas en su sitio. Y lo de la chica encargaros de no dejar ninguna huella que pueda delatar nuestra presencia en la casa. Este asunto es una cosas muy fea. Mala cosa una muerta en mitad de un robo, muy mala cosa.
-Claro, claro Cornel. Voy y le digo a Horia que nos vamos.
-¿Que haces con la chica Horia? -¿Que voy a hacer, no ves, nada. Solo trato de darle un poco de dignidad a la escena. Dentro de poco entraran en tropel, los de huellas, los fotógrafos, la brigada de homicidios, detectives, lo de inmigración. -¿Los de inmigración? ¿Por qué ellos?
-¿Has visto su marca?
-¿Qué marca?
-La del brazo .Una petunia roja. Es una chica del clan Romanescu. Jodido asunto Vlad. Lo tenemos mal, deberíamos largarnos ya.
-A eso he venido Horia, a decirte que nos vamos. Dejamos todo, limpiamos huellas. De transporte ni hablar. Ni dinero, ni joyas, todo se queda. Nada que pueda relacionarnos con el robo. Porque después nos la meten con lo de la chica. Y eso es un mal asunto.
-Claro, claro –volvió a asentir Vlad. Un asunto que no podemos permitirnos. Ambos de quedaron durante unos instantes en la puerta observando hacia el interior el cuerpo de la chica que no aparentaba mas de quince años.
-Las hacen comenzar muy pronto, Vlad.
-Claro, muy pronto -asintió
-¡Vale nos vamos! -gritó desde el salón Cornel. Solo lo que no pese, lo imprescindible. El resto a la mierda para la brigada que se lo metan por el culo. -¿Quién de vosotros ha cerrado la puerta? –pregunto Vlad nervioso, tratando de desatrancar la puerta de salida.
-¿Qué es lo que pasa ahora? –dijo Cornel.
-La puerta esta cerrada y no hay manera de abrir –dijo Horia, a la vez que hacía palanca en la cerradura con un atornillador.
-Vamos, vamos chicos, sacad la llave, que no estamos para jodiendas. -¿Que llave Cornel? ¿De que llave estas hablando?.
-La llave de la cocina. Estaba en la cocina, con una rótulo puerta principal se leía. Alguien la ha cogido y ha cerrado la puerta. Y si no cuento mal. Aquí solo estamos, tú Vlad, Horia y por supuesto yo. Así que si yo no llevo la llave, Horia o Vlad la llevais vosotros así pues dejaros de hostias y abrir la cerradura de esa maldita puerta -dijo gritando visiblemente alterado.
-¿Y porqué debemos de creerte Cornel? ¿Por qué no has podido ser tú quien ha cerrado la puerta, haciendonos creer que hemos sido uno de nosotros, supongo que para jodernos? -No si al final va a resultar que Cornel es de la pasma, un infiltrado.
-¿Con nosotros, aquí en nuestro grupo? Estas loco Vlad. Has visto mucha mierda de televisión, chico.
-Eres un pijoaparte, Horia, ¿No te das cuenta? Esta tratando de volvernos locos, para que tu y yo nos quitemos mutuamente de en medio. -Estás loco chico, rematadamente loco.
-Vale, si ya habéis acabado de jugar, ahora sacad la llave, introducirla en la cerradura, giradla lenta y precisamente y abrid esa puta puerta, antes de que me cabree del todo y la líe a tiros con los dos. –dijo mostrando, ahora si, un revolver Astra calibre 33 satinado negro.
-¿No te decía yo? –dijo Chiqui a Horia. Es la reglamentaria de la pasma. De verdad si que estamos jodidos. Pero ¿Pero de donde ha salido este hijo de puta? –se pregunto Vlad. Chiqui hurgó en su bolsillo y extrajo a “putita” disparando sobre Cornel que cayo al suelo, herido en un hombro. Cornel a su vez hizo varios disparos mientras caía al suelo que dieron de lleno uno en pleno molondrón de Vlad y otro entre ceja y ceja de la chica de tirabuzones del cuadro. Horia lanzó la “navajera” con puntería certera que fue a dar en el pecho de Cornel, a la vez que lanzaba improperios propios de alguien que no le importa morir. Cornel era “El Boss” y los jefes mueren los últimos defendiendo el honor de sus hombres. Disparó, eso sí, a bocajarro a Horia mientras éste trataba de reanimar a Chiqui. Un silencio atronador se hizo dueño de la sala. Olía a pólvora, a muerto y…

-Que nadie toque nada –dijo la voz desde la barandilla del primer piso.
–Sargento quiero un informe completo en veinticuatro horas. ¿Quien los ha descubierto?.
-La mujer de la limpieza, teniente. Una buena mujer. No sacaremos mucho en claro. Desconoce nuestro idioma, pero aparenta ser una buena mujer-
- Me importa un huevo lo que aparente, que le tomen declaración sargento. No quiero dejar ningún cabo suelto. ¡Inspector! –gritó desde lo alto. Suba aquí quiero preguntarle algo.
-Si teniente. -¿Qué tenemos? -Poca cosa. Entre diecisiete y veintitantos años. Dos pistolas, Una de ellas hecha a mano las clásicas “colombianas” fabricada con tubos y cuerdas. Una pistola Astra, robada a un militar días pasados. Y un cuchillo. Nada importante.
-Dinero, joyas, algo que pueda decirnos que… -Nada, todo en su sitio. -¿Que me dice de la puerta?.
-Nada tampoco, señor. Si lo eran, eran muy hábiles para abrir puertas. Ni un rasguño, nada sin forzamientos, Todo muy limpio.
-¿Aquí arriba, teniente?
-Todo normal. No habían tocado nada. Las habitaciones hace mucho que no se han usado. Los dueños estas pasando una larga temporada en el Caribe, señor. -Buena gente. Poco probable que tengan que ver con ningún grupo.
-Señor, dijo la voz de una policía de uniforme. Acabamos de recibir un informe por radio. De nacionalidad rumana, del grupo de Cornel Ilianescu. No sabemos nada más, señor.
-Bien gracias, antes de que venga la prensa,-dijo el teniente. Quíteme a esta basura de mi vista. ¿Qué hace Balanescu, aquí?
-A mi no me mire,- dijo la chica policía.
El jefe de prensa se encogió de hombros. Supongo que tienen sus contactos -dijo. entre los diplomáticos siempre tienen sus contactos. De arriba -señaló con el dedo.
-¿Que sabemos de los otros casos.
-De momento nada teniente. Es como si hubieran aparecido de repente. Ajustes de cuentas, drogas, ¡Vaya Vd. a saber!
-Roger, quítame también a ese hijo de puta de mi vista. No tengo ninguna declaración que hacer.
El jefe de prensa se dirigió hacia Bogdan Balanescu, jefe de prensa de la embajada rumana en Madrid y lo cogió del brazo.
-Te invito a un trago -le dijo desapareciendo entre una muchedumbre de técnicos, fotógrafos, inspectores y dos camilleros que se llevaban al último de los cuerpos acribillados a balazos y que de la etiqueta que colgaba de la bolsa negra se leía claramente Vlad Sabur.

martes, 5 de octubre de 2010

SABES QUE ESTAS COSAS NO ME GUSTAN


Era finales de junio y habíamos decidido separarnos. En menos de un mes tendríamos tiempo de liquidar todas nuestras cosas. La casa de seis habitaciones que el padre de Luisa le había regalado el día de nuestra boda. El pequeño apartamento de la playa con vistas a la bahía. Aún recuerdo las hermosas vistas desde el balcón de nuestro dormitorio. Incluso ellas, como todas las cosas, también habían cambiado.

Hacía dos veranos que no pisábamos la arena roja de la playa El Milagro. Ricardo, nuestro hijo, vivía en casa de su abuela. Había acabado el curso y decidimos enviarlo con la madre de Luisa con el fin de evitarle las escenas que nuestro matrimonio se resistía a tirar a la papelera. Como en tantas otras parejas la vida en común no poseía entusiasmo alguno.

Luisa nombraba constantemente a su nueva pareja. Era joven, algo más que yo, y con un brillante futuro en la fábrica de laminados. No había conseguido acabar sus estudios de ingeniería industrial, así que su brillante porvenir estaba viniéndose abajo--pensé. De momento trabajaba como verificador en la sala de válvulas. Siempre se originaba un prolongado silencio cuando surgía algún tipo de comentario sobre nuestros amigos. Tenía un hijo de la misma edad que la de Ricardo. Luisa lo había conocido en una de nuestras reuniones habituales en la iglesia evangélica, cuando las cosas iban, si no del todo bien, al menos lo aparentaban y en donde ella esgrimía una gran destreza para convencer a los demás que entre nosotros no había dificultades insalvables.

El hijo de Armando y el nuestro eran compañeros de clase. Todo funcionaba a la perfección hasta que su mujer hizo acto de presencia en mi vida. He de reconocerlo pero me enamoré de ella a primera vista. Era una mujer activa en sus reivindicaciones ante el claustro de profesores del instituto de nuestros hijos. Una mujer con gran talento—intuí--, pero inmersa en una sociedad que pretendía aparentar más de lo que era capaz de dar una pequeña ciudad industrial.

Luisa se lamentaba que yo estuviera pensando constantemente en Paula y que no hablara de mis sentimientos sobre ella. ¿Qué era lo que había acabado con nuestro matrimonio? ¿Paula?, ¿Armando?, ¿Quizá nosotros mismos, que éramos incapaces llevar una vida con algo de sentido? ¿Qué le íbamos a decir de todo ello a nuestro hijo? ¿Qué sería de él? –se pregunto mientras se echaba a llorar.

Conducimos durante unos kilómetros por la carretera local que rodea el lago Nez. Nos habíamos propuesto pasar dos días de nuestras vacaciones con la excusa de poner orden en nuestras vidas. Luisa sostenía la mirada al frente de la carretera sin decir una sola palabra. La rodeé con mi brazo, pero ella no hizo el mínimo esfuerzo para cambiar las cosas. Miró por la ventanilla y vio que cerca del lago habían crecido algunos árboles y una espesa vegetación menor, aunque todo ello no impedía ver como el agua verdeaba a lo lejos.

--Es más grande de lo que me imaginaba—dijo sin hacer ningún ademán especial—Y azul. El agua es azul—dijo sorprendida--. Nunca pensé que en esta zona el agua fuese de ese color.

--Verde—rectifiqué sin estar demasiado convencido de tener la razón.

Me miró unos instantes antes de dirigir de nuevo su vista hacia el lago.

--Es azul. Supongo que estarás de acuerdo que entre miles de probabilidades estadísticas, al menos en una sola el agua estancada puede realmente ser de ese color. Y que conste no he hablado de que sea roja o anaranjada, sino azul.

--Es verde y te lo voy a demostrar—repliqué, evitando que me afectara su acelerada respiración.

Pisé el freno y giré hacia un claro cerca de la carretera.

--¿Qué estas haciendo?—dijo malhumorada-- ¿Por qué paramos ahora? ¿Quieres convencerme a costa de tus nuevos e inconfesables conocimientos sobre hidrología?

-¡Déjalo! Solo quiero mostrarte que el agua es de color verde. Solo quiero eso, nada más. No pretendo discutir contigo sobre variables estadísticas. Sobre biología o cosas así. Nada de eso.

Bajé del coche y me encaminé a través de un pequeño sendero que desembocaba en el lago. Luisa seguía mis pasos hablando sin parar. Clamando a voz en grito el hecho de que haber parado para comprobar el color del agua, había sido una estupidez.

--¿Ves? Es verde —dije gritando mientras intentaba demostrarme a mí mismo que el agua era del color que yo defendía.

--Bien. Es verde, y eso qué significa. ¿Qué ha sido siempre de ese color? De acuerdo —dijo cruzando los brazos en actitud desafiante. Será del color que quieras. Como siempre ha sido nuestra vida en común. Como nosotros mismos. Como nuestro hijo. Todo como tú digas que tiene que ser. El agua es de color verde, pero yo la veo azul. ¿Quieres decirme a dónde nos lleva esto?.

Me quedé mirando hacia el interior del lago sin decir nada. Únicamente vi al dueño de una pequeña barca lanzando el sedal de su caña de pescar.

--¿Crees que a él le importaría saber lo que nos esta sucediendo?—le pregunté.

Llevó su mirada hacia un extremo de pequeño bosque. Se acuclilló antes de decir lo que en los últimos meses había estado escuchando insistentemente.

-¿Y que dices de mí, eh? ¿Alguna vez te has parado a preguntar lo que a mí me importa? ¿Has hecho el mínimo esfuerzo por mirar dentro de mí sin avergonzarte de ser tu mujer? ¿De procurar sentirte a gusto a mi lado? –hizo una pausa antes de proseguir- ¿Qué nos ha ocurrido? Es preciso que lo sepa ahora.

No perdí de vista ni un instante al pescador mientras lanzaba una y otra vez el cebo sin demasiado éxito. Me puse en pie y me dirigí hacia el sendero de regreso al coche.

--Vámonos—le grite desde el camino- Todo esto es ridículo. Y no va a funcionar, lo presiento. Nuestras vidas no van paralelas. Sería ridículo intentar algo que de antemano sabemos no tiene solución.

Llegamos al atardecer a la cabaña que previamente había alquilado. La carretera finalizaba ante un pequeño grupo de bungalows dispuestos en hilera. Era el centro de vacaciones. Sin duda, el lugar ideal para tratar de resolver los asuntos que a la gente no le es posible solucionar metida en su rutina diaria.

La habitación principal era poco espaciosa, pero lo suficiente como para pasar dos días sin ahogarnos en estrecheces. La cocina estaba iluminada por una ventana que daba a un cuidado jardín trasero. Pensé que no necesitábamos nada más para intentarlo de nuevo.

Después de organizar nuestras cosas, le propuse darnos un baño. El sol comenzaba a ponerse sobre el lago. Luisa se encontraba en la ducha y reflexioné durante unos instantes sobre su relación con el agua. No le convencían las aguas profundas en las cuales no se puede hacer pie. Las profundidades eran como el amor, siempre había que sentirlas bajo los pies. No era una mujer que se dejara llevar por experiencias arriesgadas. Luisa, de un tiempo a esta parte, se había convertido en una mujer anclada a la tierra con una sola convicción de lo terrenal.

Comimos algo de los víveres que habíamos llevado y después nos dirigimos hasta la playa propiedad del centro de vacaciones.

--¿Ves?—le dije. Es una vista maravillosa. Lo que siempre habíamos soñado. Pasar unos días en un lugar como este, sin pensar en nada ni estar preguntándonos constantemente que va a ser de nosotros.

Miró al frente sin demasiado entusiasmo.

--Sabes que estas cosas no me gustan —dijo rodeándome con el brazo

Después de haberme hecho una idea equivocada, la miré y ella se retiró instintivamente.

--No va a suceder nada —dije. Nos daremos un baño, después iremos al bungalow, encenderemos la chimenea y las velas que hemos comprado en la gasolinera y cenaremos junto al fuego, como antes de casarnos, cuando estábamos solos tú y yo. Ni siquiera entonces ninguno de nosotros hubiera sido capaz de pensar que un día podríamos tener una nueva relación con otra persona. Entonces no pensábamos en nadie más—dije insistiendo.

--Todo eso esta muy bien —dijo con una amplia sonrisa. Pero ya me conoces, necesito sentir el agua como se libera en mi cuerpo. Siempre he detestado verme rodeada por las presiones que nos llevan hacia el fondo. Nunca estuve de acuerdo en comprar el apartamento de la playa. Era hermoso, es verdad, incluso compartía contigo la idea de que aquel fuera el lugar donde íbamos a concebir a nuestro nuevo hijo, pero al saber lo vuestro me sentí traicionada por el hombre del cual estaba enamorada, y por su amante. Nunca he conocido a nadie como ella. Te confieso que por entonces ya conocía vuestra relación.

--¿Porqué no dijiste nada?—dije abrumado. ¿Qué motivo hay para sacar a relucir todo eso ahora?—insistí.

Se movió de un lado para otro buscando en su cabeza la respuesta adecuada. Miró hacia la montaña, aspirando honda y largamente y luego se volvió hacia mí.

--Nuestro hijo. Toda mi vida he pensado solo en él, día y noche. Nunca hubiera imaginado que fuera tan difícil tomar una decisión cuando se tiene un hijo—dijo entre sollozos. En mi vida había estado tan sola y ahora lo hecho en falta –se lamentó.

Hizo el pequeño ademán de apartarse cuando intenté rodearla de nuevo con mis brazos.

-Nos vendría bien un baño —le propuse, intuyendo que en esta ocasión iba a aceptar sin tener que decir nada en contra--. Aunque, pensándolo bien, esta comenzando a refrescar -dije mascullando la frase.

Se acercó hasta una hamaca en cuyo respaldo colgaba una toalla de baño que alguien había dejado olvidada. El lago estaba resplandeciente. La luz de la luna resbalaba por el suave oleaje devolviendo pequeñas gotas plateadas de nuevo al agua.

--Es la mejor hora para nadar—dijo.

Dejamos nuestras toallas de baño en la playa y nos adentramos en el agua. Luisa nadaba con rapidez hacia el interior. Demostró estar en plena forma y su estilo no había cambiado en los últimos meses. Procuré estar atento a sus movimientos. Un ligero mareo sacudió mi cuerpo. Estaba desacostumbrado al esfuerzo físico--pensé. Me miró desde lejos mientras flotaba y su boca se lleno de una hermosa sonrisa. Esperó hasta que lograra alcanzarla. Su cara brillaba con el reflejo de la luna. Nos abrazamos instintivamente.

--Abrázame más fuerte—dijo. Sé que todo esto no puede funcionar, pero abrázame. Nadie sabrá nunca lo que estamos haciendo y mañana será como cualquier otro día. Dentro de un tiempo mientras tomamos una taza de café sentados frente a frente, podremos explicar que esta noche no ha pasado nada, que nuestros sentimientos hacia ellos no han cambiado, que todo sigue igual. Ahora solo pido cinco minutos para que me abraces y no dejes que la situación se apodere de nosotros. Cuando nos conocimos sacrifiqué todo por ti, incluso cuando era capaz de sentir el suelo bajo mis pies. Tiempo después me diagnosticaron la enfermedad y el mundo se me vino abajo. Reconozco que pocos hombres son capaces de mostrar a su mujer con una pierna amputada.

Se deshizo de mí. Sentí su vacío por segunda vez y eso era difícil de encajar para un hombre que la había amado durante años. Nadó con rapidez hacia la orilla, mientras la seguía con la vista vi como se tumbaba en la arena. Noté que se había acabado dentro de mí la posibilidad de arreglar las cosas. Nuestro hijo no volvería antes de que comenzara su nuevo curso en el instituto. Dormimos juntos aquella noche y a la mañana siguiente su bolso de viaje se encontraba justo en el centro mismo de la habitación.

--No hace falta que me acompañes—dijo con voz seca. He pedido un taxi para que me lleve hasta el aeropuerto más cercano.

Nos besamos en una despedida que los dos presentimos iba a ser definitiva.

--Te echaré de menos—le dije.

--Yo también. Te llamaré tan pronto salga del hospital—dijo con un cierto aire de solemnidad.

Me despedí de ella empujando la puerta del taxi.

--Te quiero—le dije. No me olvidaré de ti. Quiero que abraces a nuestro hijo de mi parte y le digas que le quiero y que pronto estaremos juntos.

El taxi aceleró levantando una densa nube de polvo. Luisa tenía que operarse de nuevo y yo no lo supe hasta hoy. Había sido la mejor nadadora de la selección nacional. La vi alejarse y pensé en lo afortunado que me sentía por haber amado a una mujer como ella, pero Paula estaría pendiente de mi regreso, como en todas las ocasiones en que Luisa y yo nos veíamos para intentar arreglar nuestras diferencias, sentada en la cocina de nuestra casa frente a una humeante taza de café.

sábado, 2 de octubre de 2010

A LAS TELEFONISTAS DESLOCALIZADAS NO LES GUSTAN LAS SONATAS DE BACH--NÚMERO PRIVADO



-Hola, me gustaría hablar con D. Sal..... -dijo una dulce voz de caramelo marrón, al otro lado del auricular.

-No...Ah,...No…

-No qué, señor.

-!Que no¡ !Que no¡

-Pero si no sabe de qué se trata.

-Me da lo mismo...

-Pero señor

-He dicho que no...ah,...ah....

-¿Señor, señor? ¿se encuentra bien?

-Hace unos minutos mejor que ahora,...ah,...

-Bien, mire le llamamos, para ofrecerle una oferta...

-No, he dicho que no...

-Pero señor, si no sabe lo que le voy a ofrecer.

-Me importa una mierda lo que me vaya a ofrecer...ah,...ah,....

-¿Señor, quiere que llame a una ambulancia?

-! Váyase a la mierda, le he dicho ¡

-Es Vd. un grosero...

-Y una mierda....ahf....ah,.... la que ha llamado ha sido Vd. con no sé que oscuras intenciones.

-Sólo me limito a marcar los números de teléfono que tengo asignados, señor.

-¡Joder con la mulata¡ Porqué seguro que es mulata ¿no?

-Y eso a Vd. que le importa.

-Lo mismo que a Vd. que desearía que yo atendiera su oferta ¿no?.

-No es lo mismo, señor.

-¿Qué no es lo mismo?

-Pues señor, el color de mi piel, por ejemplo, con la que trato de ofrecerl…

-De venderme, querrá decir.

-Como quiera.

-No , como quiera yo no, como quiera Vd. además no llama para ofrecer. Llama para vender, no sé que ridículo producto por una ridícula comisión….ah,...ah,….

-¿Se encuentra bien?

-Le he dicho que si, muy bien ¿Y además a Vd. que le importa como me encuentro. ¿Le he preguntado yo como se encuentra usted?

-No.

Pues, ¿por qué tiene que estar preguntando cada dos minutos como me encuentro? Además eso no va a cambiar nada. Por cierto, ¿desde donde me llama?

-¿Qué quiere decir?

-Pues lo que oye -De dónde, de qué sitio, de qué país…

-No estoy autorizada a responder a eso.

-¿Qué no esta autorizada a responder… desde donde me llama? ….ah,…ah,…

-Señor….

-Si, si muy bien, se lo aseguro. Estoy muy bien.

-Me alegro.

-Vd. no se alegra de nada. Porque además sabe que de ésta llamada no va a sacar ni un céntimo.

-¿Y como lo sabe?

-Por lo mismo que tan seguro estoy que me encuentro perfectamente.

-¿Ah, si?

-Si –dijo riendo a mandíbula batiente.

-¿De que se ríe? –preguntó la chica color caramelo marrón al otro lado del auricular

-De nada, de nada…ah,…ah,…. dijo dándole cumplida respuesta entre gemidos, suaves deslizamientos de la saliva entre los labios y una agitada respiración.

-Me gustaría poder acabar, ofreciéndole el producto que ha dado origen a esta llamada.

-¿Y si me niego?

-Pues tendré que colgar.

-Haga lo que quiera, yo me encuentro muy bien, señorita. ¿Sabe una cosa? Vds. tienen el don de la inoportunidad horaria y como sabrá o podrá imaginarse, en verano el momento de la siesta se convierte, para mucha gente, en un momento extremadamente erótico ¿comprende?

-No sé si del todo.

-Eso no se les enseña allá de donde quiera que trabaje ¿cierto?

-No, creo que no.

-Ante contratar una Visa o una Master Card o indagar por los infinitos rincones de una mujer ¿Vd. con que se quedaría?

-Me lo pone difícil, pero si fuera hombre, con lo segundo.

-Lo mismo me pasa a mi. Además, no uso tarjetas de crédito ni tengo teléfono móvil.

-¿Puedo llamarle en otro momento?

-Diga lo que diga, hará lo que le dé la gana. Pero yo le recomendaría que cambiase de trabajo y probase la siesta junto a un hombre.

-Gracias –dijo la chica color caramelo marrón con un clic de teléfono, que en aquellos momentos, más bien parecía una sonata de Bach, cualquiera de ellas, da lo mismo, lo importante es que fueran de Bach.

viernes, 1 de octubre de 2010

EL CABALLO VOLADOR


Era sábado, podría holgazanear hasta tarde. El tiempo estaba limpio, y no amenazaba lluvia como otros días. El último día de clase antes de las vacaciones me bebí el vaso de leche en polvo de los norteamericanos, canté el cara al sol y me dirigí a mi clase. Así era mi escuela, donde no se aprendía nada, porque no se enseñaba nada. Se fabricaban personajes que no dieran problemas. Los guetos eran la reserva de la mano de obra. Así era mi barrio: lleno de la gente del gueto. Los sábados me divertía en el balcón. Se estaba fresco. Habían comenzado las vacaciones y todo me parecía hermoso. La vida era alegre y divertida y además soñaba que mi caballo de cartón era un caballo volador, que me llevaría lejos de aquel suburbio, de aquella miseria. Tenía prisa y mi caballo también. Acabé mi desayuno y el balcón, el aire libre y mi paz, me esperaban, pero también lo hacia mi caballo descabezado. Alguien se la había decapitado. Comprendí entonces que no podría salir de allí tan pronto como deseaba, así que me deshice de él en pequeños trozos. No deseaba verlo diariamente y tener que decirme que de aquel lugar era casi imposible huir.

LE GUSTABA MIRAR LOS CULOS Y LOS ESCAPARATES RELIGIOSOS

Miraba los culos de la gente, como quién mira la bola de una adivinadora, con sorpresa, sopesando su valor, analizando sus vaivenes, comparando volúmenes entre unos y otros con el rostro transfigurado por la satisfacción. Le gustaban los culos en general y las imágenes religiosas en particular. Eran unas de sus aficiones silenciosas. Ex militante de un partido de izquierdas, jubilado de los de pantalones mil rayas, recién planchados, fumador con dedalillos amarillentos en los dedos y consumidor de películas pornográficas. Era el hombre ideal para llevar a cabo la misión.

Sepúlveda, de nombre Lluis Sebastian, sin acento, uruguayo, exiliado, combatiente en mil trincheras e individuo por lo general tremendamente aburrido, se iba a convertir en el próximo “partenaire” de la nueva producción Boch, Arquímedes Boch PCP -Producciones Cinematográficas y Pornográficas-. Cineasta comprometido y pornógrafo hasta la médula, amante del cine exagerado, “gore” como decía él que se llamaba ahora. Arquitecto de las mejores posturas conocidas y filmadas en primitivo 16 mm y que jamás se hubieran exhibido, estaba en blanco, sin ideas, su película dos mil debería estar llamada a convertirse en un éxito sin precedente, pero Belladama, joven, guapa y guarra pornostar no se daba por satisfecha con cualquier jilipollas jovencito venido del caído telón de acero. La joven, y guarra Belladama quería algo más allá del cunilingus habitual, y sin ella el negocio se iba al traste. Sepúlveda era la tabla de salvación de la productora y de la cabeza de Boch quien tendría que demostrar ante los financiadores rusos que aún se encontraba en plena forma artística.

Repentinamente fue abordado cuando se encontraba paseando por Las Ramblas en compañía de su perrita “china”, nombre dado por el barrio en donde había pasado los últimos cuarenta y cinco años de su anodina existencia. Dos musculosos pero tiernos “ actores” se acercaron y le invitaron a subir a un flamante coche negro que paraba en ese momento a la altura de la estatua viviente de un Cesar inmaculado y chorreando el blanco maquillaje como un loco poseído, tal Cesar parodiado.

Boch encontró un alma pura y sensible en la persona de Sepúlveda. Era el perfecto mirador de culos. Lo que Belladama necesitaba y de paso lo que necesitaban los rusos, y con un poco de suerte, la palmaría en un ataque al corazón de tanto mirar a la chica tirada en un cama, mostrando a cámara la singular herramienta laboral con la cual se había hecho famosa años atrás.

¡Acción! Mientras Sepúlveda no quitaba ojo al culo de Belladama, la cámara iba rodando en un traqueteo singular. La actriz se daba unos cuantos revolcones con otra muchacha. La guarra y metódica Belladama le daba a todos los palos en sintonía con los gustos de los espectadores –pensó Boch- y las posibilidades de llevarse alguno de los premios en cualquier festival de cine erótico, eran muchas, incluso en el de más prestigio como era el de Cannes.

Las dos encantadoras jovencitas se lo estaban montando delante de la cámara y de Sepúlveda que no quitaba ojo de ninguno de sus culos.

Valorando, sopesando, analizando, construyendo fantasías y una soez arquitectura en sus pensamientos, mientras que ni aún por esas iba a lograr que se le enrampada aunque solo fuera para quedar bien delante de la cámara de Boch. Lluis Sebastian debería lograr una decidida predisposición al coito con cualquiera de las dos chicas, si quería tener éxito, atraído por la llamada del deseo y sentirse en primera fila como un espectador privilegiado, pudiendo saborear el color de las bragas, o mejor pantys, que Belladama y su chica casi nunca se quitaban.

El aparato de Lluis Sebastian era normal, tirando para normalillo, de aspecto tan fláccido que casi daba horror que la cámara se paseara aunque fuera por unos instantes a su alrededor. Belladama a cada momento más y más excitada, contorneo su culo casi en los morros de Lluis Sebastian que poco a poco iba logrando excitar pero sin los resultados apetecidos aunque fuera por el álgebra que la chica de Belladama le estaba enseñando.

Si algo tenían las chicas era una inigualable experiencia en esto de calentar las braguetas de los varones, fueran actores o espectadores, incluso las de los técnicos que tenían que enjugar sus líquidos a base de ir pensando en otro misales en los cuales pasar las hojas.

“El tempo” cinematográficos iba pasando, el recalentamiento general iba aumentando de grado y Sebastian, de primer nombre Lluis, no lograba que se le empalmara al cien por cien al trajín del chupeteo de las chicas.

Afortunadamente para Boch, los rusos y las chicas, se le ocurrió que podía pensar en algo que le hiciera ponerse a la altura de las circunstancias, o sea, de las estrellas del porno que tenía delante a su disposición y prevenidas ante cualquier eventualidad. Boch sabía que aquello iba a dar resultado, se lo habían prometido, amigos de Sebastian, solo hay que hacerle pensar en lo que más le excita –dijeron.

Boch, ordenó ¡Acción! Y las chicas comenzaran a moverse acompasadas por una musiquilla de tipo Mix, ideal para amenizar el movimiento de culos y tetas delante de una, como se llamaba, cámara nerviosa. La escena era indecente –pensó Boch y así debía de ser, llevada a sus más guarras excentricidades.

Boch ordenó a Lluis Sebastian que pensara en lo que mas le pudiera excitar y después de unos segundos Sepúlveda logró dar con lo que durante años le había provocado una excitación sin precedentes. Las reuniones del Cómite Central de Partido, y si eran las extraordinarias, mejor, eran la hostia, el buda dorado de la excitación, el “Cumbayá” neoliberal sin excluir a los grupos de izquierdas, era tocar el cielo con la mano, saborear la fruta de la pasión, igualarse en todas las excentricidades conocidas y que todo ello mezclado, habían logrado poner cachondo al bueno de Lluis Sebastian durante decenios de militancia.

La bella Belladama, sin pensárselo lo tragó entero, en una actuación sin precedentes, provocándole el normal y desagradable atragantamiento nauseo. Una vez más habían tenido suerte. Boch había salvado la cabeza, Sepúlveda iba a asegurarse una excelente jubilación y Belladama lograría una nueva estatuilla en el Festival de Cine Erótico de Barcelona.