domingo, 26 de septiembre de 2010

SI TE DIGO QUE NO QUIERO


La raya de la camisa estaba perfectamente planchada. De un blanco luminoso y agresivo, competía con las delicadas formas de la caída del pantalón que estaba confeccionado en tela ligera, como era de esperar para el verano que nacía sumido en un insoportable calor.

Pulsó dos veces el timbre y esperó pacientemente a que alguien abriera la puerta.

Observé a través de la mirilla durante unos instantes antes de decidirme a abrir. Ni siquiera traté de disponer de un tiempo para pensar en no hacerlo. Acababa de llegar a casa y la noche había sido especialmente dura. A pesar de ser casi siempre un individuo desleal conmigo mismo, para entonces apenas me quedaba algún margen de maniobra. O abría, o me iba directamente a la cama. Nunca había logrado convertirme en la otra persona que siempre deseaba ser. Conocía al hombre de la camisa de manga corta de otras ocasiones, habíamos coincidido en el ascensor y en alguna junta de vecinos, reuniones que detestaba, pero necesarias, sobretodo por la clase de gente que había llegado a ocupar los pisos de renta baja durante los últimos meses. En alguno de ellos se habían hacinado hasta doce individuos en rigurosos turnos. Eran los llamados piso patera, o camas calientes, aunque a mi en realidad la situación no me invitaba a tener una preocupación especial. Pero supuse que los propietarios tenían la razón y no iba ser yo quien se la iba a quitar. Eso es lo que pensaba en realidad cuando abrí la puerta y me encontré frente a frente con el hombre de la camisa blanca y de manga corta.

-Soy su vecino –dijo como balbuceando mientras hacia una señal con su dedo índice hacia las escaleras. No sé si me recuerda. Hemos coincidido en algunas de las reuniones de vecinos.

-Hum…no recuerdo -dije en un tono de estar mintiendo como un bellaco. Aunque a decir verdad creo que le recuerdo, el Sr….

-Mario Kekua –exclamó sonriendo.

-¿kekua? Kekua, eso es. ¿Pero de que otra cosa me suena su nombre?

-Pues no tengo ni idea –dijo el hombre de la camina de manga corta. Mi madre era de Senegal y tomé su apellido cuando su marido la abandonó.

-Pero… no sé… no le veo rasgos de ser…de….

-¿Negros? ¿Rasgos negros, quiere decir?

-Bueno si. Pero será peor que me tenga que explicar desde ahí mismo su origen. No, no se quede ahí. Por favor entre y dígame en que puedo servirle.

-No es nada, discúlpeme por haberle avasallado de esta manera. Estaría descansando, sabemos que trabaja duro y necesita descansar.

-¿Sabemos? –exclamé sorprendido.

-Quiero decir que sé, pero comprenderá que todo se sabe en una comunidad en la cual hay que estar vigilante –dijo mientras tomaba asiento sin que nadie le invitase. ¿Puedo? Haciendo un ademán hacia el sillón donde acaba de tomar asiento.

-No se preocupe. Póngase cómodo, como en su casa.

--Comprendo que se sienta desconcertado dijo el hombre de la camisa de manga corta.

- ¿desconcertado? –exclamé con estupor.

-Bueno es natural, ya sabe el apellido y el color de mi piel, digamos, no coinciden mucho ¿no le parece?

Me parece –afirmé solicito. Pero me da exactamente igual.

-Y a mi –dijo afirmando el hombre de la camisa de manga corta.

-Bien, si ya nos hemos puesto de acuerdo en algo. Solo me queda preguntar en que puedo servirle – dije con la contundencia de declaración de principios.

-Hace un calor de mil demonios. –dijo desabotonando el ojal del cuello de la camisa.

-¡Tonterías¡ -exclamé-. Siempre paseo a mi perro a la misma hora y lo llevo a que haga sus necesidades al sobradero de la Quinta con Tetuán. Si le parece podemos vernos ahí cuando tenga decidido en que puedo servirle.

-Comprendo –dijo el hombre de la camina de manga corta recuperándose de la estupefacción en la que se había visto envuelto por unos instantes.

-Mire Sr. Katua, o Mekua o como demonios se llame. Me paso la noche repartiendo folletos de publicidad. Una veces de ofertas de supermercados. Otras de tiendas de informática. Las que más, de cadenas de electrodomésticos y lo que mas ansío cuando llegan estas horas es lanzarme sobre mi cama y dormir una buena pila de horas. Sin pensar que cuando llegue la noche me esperan como mínimo una tonelada de papel que repartir. Tenérmelas con algún borracho o vérmelas en alguna pelea entre una puta y su chulo, no entran entre mis apetitosas preferencias, como tampoco en guardarle la visita eternamente. Así que preferiría dirimir cualquier cuestión de manera rápida y univoca y meterme en la cama, mientras que Vd. puede hacer lo que le de la repajolera gana con su vida y su tiempo.

-¡Oh! Bueno, no es muy agradable que digamos tener que decir algunas cosas –dijo el hombre de la camisa de manga corta utilizando un tono de voz natural.

-Adelante, adelante, no se detenga por mí, suéltelo de una vez, se lo ruego.- dije de manera agreste.

-Si no tiene inconveniente, hace mucho calor a estas horas y me tomaría muy a gusto, no sé, un vaso de agua fresquita…

-No se preocupe- enseguida se la traigo pero ya puede ir comenzando cuando quiera.

-Del frigorífico si puede ser- Gracias –dijo el hombre de la camina de manda corta complacido

-Supongo que en su apartamento no le falta el agua Sr….

-Kekua. No, no, en absoluto. Está todo en perfectas condiciones –dijo el hombre de la camisa de manga corta-. ¿Sabe? yo me encargo de todo y a mi mujer le encanta que practique el bricolaje, aunque a decir verdad no le gusta estar tanto tiempo metida en casa. La pobre padece de una severa anemia, Ya cuando le venía la regla las defensas le bajaban a cifras preocupantes. La pobre ha pasado mucho con nuestros hijos, que no son malas personas, solo un poco idos del voladizo, como decía mi padre.

-Vamos que se les va la olla, el perol, la escafandra –dije en un tono guasón y con una sonrisa que más bien parecía una cerilla dispuesta a prender la mecha.

-Si, puede decirse así. Pero eran buenos chicos –dijo pronunciando el calificativo en un tono emocionado y con tic de aleteo en el estómago que le delataba incluso por encima de la camisa.

-¿Eran? -pregunté a la vez que me sentaba frente al hombre de la camina de manga corta. ¿Ya no lo son? –dije insistiendo en ello.

-Bueno, es una historia larga –dijo mirando con desdén a ambos lados de la sala. Sufrimos su ausencia con autenticas pesadillas- Se echaron a perder, sobretodo Rodolf el mayor que tenía un talento innato para la música. Me encontraba de viaje en aquellos días. Siempre he estado de viaje, era lo mas natural. Mi profesión ya sabe.

-No, no sé. Si sé de profesiones….¿Pero la suya?, desconozco a que se dedica, mejor dicho a que se dedicaba, pues tiene el aspecto de estar jubilado

-Claro, claro. Perdóneme –dijo el hombre de la camisa de manga corta, quitándose las gafas de carey negro y que con ayuda de un pañuelo de un blanco luminoso, se enjugo el sudor que comenzaba a rodar por su frente.

-Tenía un buen empleo –dijo. Representante de artículos de droguería y ferretería. Solía viajar por todo el país. Era un trabajo duro, sobretodo porque era de esos trabajos que te impiden ver a tu familia con regularidad. Semanas enteras rodando por las carreteras, entrando y saliendo de despachos, entrevistándome con desagradables o encantadores jefes de compras, según se mire. Era un mundo complejo, y duro. Veía a mis hijos de ciento a viento. Teníamos una buena casa en el campo un buen coche, último modelo, plateado, con alojamiento para cinco personas aunque casi nunca pudimos compartir viaje alguno juntos. Mi trabajo me lo impedía. Nunca tuvimos mucha comunicación entre nosotros, también en verdad. Mi mujer los cuidada y educada a su manera. Eran tiempos en que había que trabajar duro para sacar adelante a la familia. No se hace idea de las veces que me he arrepentido de ello. No, no me mal interprete, nunca me arrepentiría de haber hecho lo mejor por mi familia, quiero decir el tiempo que he pasado fuera de casa en vez de estar a su lado de eso es de lo que me arrepiento.

-Comprendo. ¿Pero todo esto que tiene que ver conmigo? -dije asustado de la hora que se nos había hecho.

-Mi hijo se echó a perder. Se dedico a traficar, primero con pequeñas dosis, el “trapicheo”, el menudeo, ¿sabe Vd.? Eso es un asunto feo. Cuando te metes ya casi nunca puedes salir. Y él se metió tan hondo que nadie pudo ayudarle. Recuerdo lo bueno que era, un virtuoso, como lo oye. Un tipo de esos que toca de oído, sin partitura. Improvisaba, su instrumento recitaba un Bach perfecto. Era grande, de lo mejores.

Un noche lo encontró mi mujer, tumbado sobre la cubierta de su cama, desnudo y boca a bajo. De la comisura de su boca caía una pegajosa espuma blanca. Había sido una sobredosis, una mala mercancía nos dijo la policía.

-¿Pero…? –traté de decir

-Perdóneme, es Vd. tan joven, como Rodolf, estoy seguro que tenia su edad. Y Me preocupa esa manera que tiene hoy la juventud de ver las cosas. Todo comienza con un porro, unas cuantas botellas de cerveza y sin darte cuenta te encuentras metido en un auténtico saco de mierda. Verá –dijo el hombre de la camisa de manga corta con la serenidad de un obispo. Nuestra congregación se dedica a impedir que la juventud caiga en manos del diablo. Que persiga los placeres prohibidos y se eche a la contemplación y el hedonismo. Y Vd. que es joven no es libre de caer en las redes del maligno. ¿Sabe? Me falta un solo escalón, uno solo, una oveja del rebaño descarriada, retornarla al camino del bien para conseguir el grado de supervisor y Gran Testigo de la Renovación y eso entre vecinos, espero comprenda, es preciso que nos ayudemos.

No supe que decir en los siguientes diez días. Alguno de ellos le vi, si, a él, al hombre de la camisa de manga corta, con un pequeño libro negro en su mano y que me miraba sonriente cuando coincidíamos en el portal o salíamos a tirar la basura al contenedor. Nunca más me dijo nada, pero tuve la sensación de sentirme vigilado a la espera de que él viera en mí al diablo en persona para actuar. Ese pensamiento intranquilizó mi vida de ahí en adelante. Como él –pensé- todos los días se iban a convertir como miembros numerarios, en algún tipo de congregación, cientos de seres que creían ver en los demás la figura del mal.

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